N del A: allá por 1999 se estrenó en Argentina "The Green Mile", versión fílmica de la novela por entregas de Stephen King del mismo nombre, dirigida por Frank Darabont. Algún anónimo hijo de puta decidió que se presentara en las salas de este país con el insólito título de "Milagros Inesperados". Vaya pues una mención especial para ese anónimo hijo de puta.
Dedicado a mi viejo, que la debe haber disfrutado desde allá arriba.
Es inevitable. Ni siquiera los años sin escribir más que en 140 caracteres pueden impedirlo. Tengo que escribir algo sobre lo del miércoles. Este River logra milagros inesperados, éste es tan sólo uno, mínima historia entre millones de historias mínimas dentro de una historia monumental.
Podría empezar hablando del Ramirazo, del último título de Ramón en River, de la llegada de Gallardo en medio de muchísimas dudas, de los 31 partidos invicto, el parapám, la Sudamericana o cualquier otro de los momentos brillantes que nos regaló River en el 2014, pero quiero concentrarme en este semestre raro, que empezó en enero y terminó en agosto de 2015.
Y no empezó demasiado prometedor. Medio que empezó para el demonio. River que buscaba refuerzos, pero cualquier 4 de copas que empezaba a interesar, de repente pasaba cotizar de a millón dólar el kilo vivo. Apenas nos pudimos reforzar con el regreso en cuotas del Payaso Aimar, un wachiturro movedizo pero lagunero llamado Pity Martínez, y un uruguayo ignoto llamado Camilo Mayada. Ah, perdón, me olvidaba del George Clooney argentino que venía a darnos tranquilidad luego de la partida de un tal Chichizola, que vaya uno a saber si sigue atajando o se dedica al cine porno.
Mientras tanto, el rival de toda la vida se compraba jugadores de a container, y todos titulares en ligas de primer nivel. Que Pablo Pérez, que Gino Peruzzi, que Torsiglieri, que Sara, que Daniel Osvaldo y que la mar en coche. Y por si fuera poco, surgían promesas de inferiores que en no más de un par de años iban a hacer olvidar a Palermo, Guillermo, Riquelme o el que se te ocurra, y asistimos al advenimiento de un Cubas, un Bravo o un Pavón como si de pequeños Messis se tratara. En fin.
La cuestión es que parecía que el experimento daba resultados, y rápido. Nos ganaron los dos clásicos de verano por paliza, arrancaron el torneo local con todo, y e hicieron historia siendo EL MEJOR DE LA FASE DE GRUPOS en la copa Libertadores, ganando, gustando y goleando en los 6 primeros partidos.
Nosotros sólo atinábamos a putear a D'Onofrio por su política de austeridad al palo y le pedíamos que trajera aunque más no sea al 3 de Villa San Carlos, no sé, algo para vender humo. Fuimos a jugar una copita a Uruguay y nos ganó el peor Peñarol de la historia, y no sé qué otro equipo, uno de Perú creo, un país donde juegan al fútbol entre las vacas que rumian. (?)
Y arrancamos nomás nuestro camino en la Copa Libertadores, yendo de visita a la punta del Aconcagua a jugar contra San José de Oruro, y perdiendo 2-0 luego de bancar bastante bien la parada durante casi todo el partido. Pero bueno, ya se sabe, ESTA COPA DE MIERDA NOS ODIA.
Tras cartón, recibimos al aguerrido equipo mexicano de Tigres (¿alguien sintió hablar alguna vez de un equipo mexicano que no sea "aguerrido"?). Y empezamos fenómeno, con uno de esos cagadones de biógrafo que se manda Funes Mori cuando se olvida un cromosoma en el vestuario. Por supuesto, como ESTA COPA DE MIERDA NOS ODIA, todo error del fondo de River termina dentro del arco de River, a quién se le puede ocurrir que pegue en el palo y salga, es gol por una cuestión de principios.
Gracias a Dios el Pato Sánchez empató el partido, y sobre la hora tuvimos la chance de hacer el gol del triunfo, pero la volea de Morita reventó el palo. Y salió, claro. A quién se le puede ocurrir que pegue en el palo y entre. Somos River, carajo. Somos River. (?)
Luego nos tocó ir a jugar a una cancha de fútbol 5 pero de 11, posta, de CÉSPED ARTIFICIAL, porque quién iba a ser el primer equipo argentino en jugar Copa Libertadores en una cancha de césped artificial sino River. Ah claro, el detalle era que no se jugaba con una pelota de fútbol 5, de ésas que son pesadas y casi no pican. Se jugó con una pelota de verdad, de ésas que se usan para jugar en una cancha DE VERDAD, y que puesta a rebotar en una cancha de césped artificial rebotaba como la bolita de Men In Black. Así y todo River se puso muy merecidamente en ventaja con gol de Balanta, parecía que todo estaba cocinado para conseguir el primer triunfo en la copa... pero no, como ESTA COPA DE MIERDA NOS ODIA, la única vez que el rival peruano pisó nuestra área, adiviná qué pasó. Gol. Empate. Ah, el rival peruano era Juan Aurich, acordate de este nombre porque es importante. (?)
Así pasó la primera rueda. Tres partidos, dos puntos miserables. Bueno, en la segunda rueda hay que ganar los tres partidos o somos boleta.
Y viene el tal Juan Aurich al Monumental. Quinientas setenta y siete veces pateó River al arco sólo en el primer tiempo, pero recuerde mi querido lector que ESTA COPA DE MIERDA NOS ODIA, así que nos fuimos al descanso ganando sólo por 1 a 0, gol de Gaby Mercado. Arranca el segundo tiempo y con él un concierto de CLANNNNNKS, CLONNNNNKS y variaciones similares de TiroTeo Gutiérrez. Una cosa increíble, no había manera, las pocas que no cazaba el arquero peruano, que como todo arquero mediocrón viene al Monumental y se transforma en Neuer, le hacían un bollo nuevo a los palos del arco que da la espalda a la Figueroa Alcorta.
Llegó el minuto 90, foul boludo en mitad de cancha, pelotazo llovido al área de River, y adiviná. Empate. Chau, dediquémonos a pensar en el campeonato, la Copa Argentina, la Suruga o cualquier poronga que no sea ESTA COPA DE MIERDA que, como todo el mundo sabe, NOS ODIA. Bueno, qué sé yo, la matemática da, todo es posible. Sí, pero con la suerte que tenemos fija que nos toca EL MEJOR DE LA FASE DE GRUPOS en octavos de final, olvidate. Bueno, pero está el Mouñeco en el banco, todo puede pasar. Ma sí, que sea lo que sea.
Revancha en México, 700 mil kilómetros de avión, porque claro, a nosotros siempre nos tocan las fáciles. Mientras en Buenos Aires un grupo de intelectuales (?) creaba la "Peña Oficial Juan Aurich", River demostraba que en la Copa Libertadores de América siempre se puede jugar un poquito peor. Faltando 5 minutos perdíamos 2 a 0 y dábamos gracias al cielo por apiadarse del club menos copero de la Vía Láctea.
En aquel momento infausto fue que este servidor dijo "a la mierda todo" y se cambió el nick en la red social del pajarito azul por "Johann Siamofuorio", un alarde de creatividad. (?)
Y de repente... un milagro inesperado. Pero grosso en serio, no como esas pavadas que hacía John Coffey de resucitar cadáveres. Bueno, sí, algo de resucitar cadáveres hubo en el asunto.
Moco impresentable entre dos defensores mexicanos, choque, pelota boyando, Mora que enfrenta al Patón Guzmán, pase al costado y toque a puerta abierta de Teo Gutiérrez. 1-2. Vamos que se puede.
Y se pudo. Minuto 89, corner para River, rebote, y el inmenso Rodrigo Mora que la clava con alma y vida en el arco de Tigres. 2-2. ESTA COPA DE MIERDA NOS OD... ah no, pará, que si se alinean un par de docenas de planetas capaz que pasamos a octavos y todo. Después vemos.
Y sí, se alinearon los planetas. El paupérrimo San José de Oruro hizo lo que tiene que hacer cualquier equipo boliviano en cancha de River, o sea, comerse tres goles (dos de Mora y uno de Teo) y rajar para el aeropuerto. Al mismo tiempo, y mientras quien escribe estas líneas estaba en el exterior, sin posibilidad de mirar ningún partido de nada que no fuera béisbol o hockey sobre hielo, ni siquiera por internet, el aguerrido equipo mexicano conseguía un triunfo insólito en Perú por 4 a 3, o por 5 a 4, no sé, una ridiculez de goles. Otro milagro inesperado más, y River entraba por la claraboya del baño a los octavos de final de la Copa Libertadores 2015.
No señores, por más que hubiéramos pasado de ronda, el Siamofuorio no se toca. A no olvidarse que en octavos nos toca EL MEJOR DE LA FASE DE GRUPOS, el Boca de los 10 millones de dólares en refuerzos, el del ídolo hipster, el de la mística copera por excelencia. No teníamos chances. Pero bueno, estaba Gallardo, algo tiene que inventar, andá a saber.
Algo pasó ahí. Nadie sabe por qué, pero al equipo de los 10 millones de dólares en refuerzos le agarró el panic attack, el stress, el surmenáge, el patatús o algo de eso. En vez de salir a hacer pata ancha en el Monumental y liquidar la serie en menos de 90 minutos, nada, el técnico decidió que la mística copera la dejaban para la fase siguiente, total para qué nos vamos a preocupar por estas gallinas putas y cagonas, hagamos la plancha y dejalos que se cansen, después en la Bombonegra los hacemos vuelta y vuelta. El ídolo hipster se quedó en el banco de suplentes, hasta que un tal Marín decidió pasar a la historia por cometer el penal más boludo de la ídem. Y River, que atacaba a los ponchazos sin que se le cayera ni media idea, de repente se encontró con una oportunidad de oro. No importa, Sánchez nunca patea penales, Orión se lo ataja seguro, o el uruguayo la manda a la tribuna, o... gol de River. 1 a 0. A la cancha el hipster, para ver si pasaba algo, pero nada pasó. Ventaja mínima, y todos los teóricos del fútbol coincidían que era un resultado muy favorable a Boca. Sí, había ganado River, pero el resultado era favorable a Boca. Andá a preguntarle a los teóricos del fútbol.
Y llegó el día de la esperada revancha. En la Bombonegra, EL MEJOR DE LA FASE DE GRUPOS no pisó el área del equipo que había entrado a octavos por la claraboya del baño, al menos en el primer tiempo. Bueno, pero en el segundo tiempo seguro que... ¿qué? ¿qué pasó?
Bueno, pasó eso que todos saben. Tiraron gas. Abandonaron.
Otro milagro inesperado más, y River, que tres partidos atrás estaba con un pie y la planta, el talón y cuatro dedos del otro afuera de la copa, pasaba a cuartos de final. Sí, la decisión de dar por terminado el partido se tomó en un escritorio. Vaya uno a saber quién tomó la decisión de que el Boca de los 10 millones de dólares en refuerzos no pisara el área rival en 135 minutos, o la decisión de que era divertido tirarle a un jugador de fútbol con un arma quimica. Misterios de este deporte.
Muchos decían que del mano a mano entre River y Boca tenía que salir el campeón de la Copa, porque el envión anímico que iba a recibir luego de pasar la llave iba a ser determinante. Casi se tienen que meter sus opiniones científicas en el bolsillo grande de atrás cuando el River del envión anímico determinante, aún conmocionado por el escándalo de la fase anterior, perdía de local por la mínima diferencia contra otra de sus sombras negras, el Cruzeiro de Belo Horizonte. Bueno, qué se le va a hacer, fue lindo mientras duró, al menos nos dimos el gusto de dejar afuera a los bosteros. Pero pará, que está Gallardo. Algo va a inventar.
Vaya si inventó algo el Mouñeco, Gallardiola, Van Gaallardo. Inventó la goleada más resonante que haya conseguido un equipo argentino en Brasil. Un 3-0 histórico, lujoso, aplastante, autoritario, inolvidable. Pato Sánchez, Maidana y Teo Gutiérrez fueron los autores materiales de otro milagro más de este River, tan inesperado como los anteriores, o quizá más.
Venía el parate por la Copa América. En medio de eso, Boca concretaba el regreso de Carlos Tévez en la cúspide de su esplendorosa majestad. Venía a cumplir una promesa: que iba a volver a Boca para las semifinales de la Copa Libertadores. De no haber sido porque Boca ya no estaba en la Libertadores, habría sido algo para recordar toda la vida.
Por su parte, River lograba, por fin, el postergado retorno de Saviola y Lucho González, o lo que queda de ellos. Por insistencia de su DT, y luego de batallar como gato panza arriba, D'Onofrio conseguía los fichajes de un canterano boquense como Nicolás Bertolo, desgarrado a los 15 minutos de su debut, de un flacucho con cara de cadete proveniente de Colón de Santa Fe como Lucas Alario, y de otra incógnita proveniente de la Banda Oriental como Tabaré Viudez. Abandonaban el club en búsqueda de mejoresbilletes horizontes Ariel Rojas y Teo Gutiérrez. Quien esto escribe les desea un feliz viaje y que no vuelvan nunca más.
La cuestión es que River, con sus altas y bajas, tenía que jugar las semifinales de la Copa. Casi sin darnos cuenta, estábamos ahí, a nada de la final, a nada de tenerla a unos metros, unos centímetros, menos. Había que enfrentar a Guaraní, que venía con fama de bravo equipo paraguayo (¿alguien sintió hablar alguna vez de un equipo paraguayo que no sea "bravo"?), de tener una defensa impenetrable como las selvas de aquellos lares, y de tener un goleador que venía en racha.
El bravo equipo paraguayo hizo lo que tiene que hacer cualquier equipo paraguayo en cancha de River, o sea, parar 9 tipos en el borde del área y tirarle pelotazos al goleador para que su racha hiciera el resto. Pero no, nada de rachas de goleadores. En un corner para River, el flacucho con cara de cadete baja una pelota en tierras guaraníes, y el enorme Gaby Mercado le rompió el arco al joven portero rival. Un rato más tarde, el flacucho con cara de cadete mete un pase de cachetada y Morita, ese uruguayo al que nos cansamos de putear en su primer año en River, clava una vaselina deliciosa para el 2 a 0 final.
La revancha en Asunción fue bastante previsible, un Guaraní obligado a ganar por 2 o más goles salió a atropellar a River, y promediando el segundo tiempo aprovechó una serie de rebotes para ponerse en ventaja. Desde acá, pensábamos que el 2-0 de la ida tenía que alcanzar. Y no alcanzó: sobró. Porque a falta de 10 minutos, la incógnita proveniente de la Banda Oriental mete un toque casi despectivo por sobre la defensa paraguaya, y el flacucho de la cara de cadete la punteó por sobre el arquero para conseguir el empate. Ya no había manera de que al bravo equipo paraguayo se le cayera no una, sino tres ideas que dieran vuelta la serie. River estaba en su quinta final de Copa Libertadores.
Ya no era tan inesperado. Ya no era milagro.
Al día siguiente, la mejor noticia. Tigres de Nueva León eliminaba a Internacional de Porto Alegre, clasificaba a la final, y de paso le daba a River la doble alegría de clasificarlo de manera automática al Mundial de Clubes a jugarse en Japón, y de que el partido de vuelta se iba a jugar en el Monumental de Núñez.
Un detalle de color. El Monumental de Núñez, ese estadio frío, que no empuja, que no transmite, que no alienta, que etcétera etcétera, había sido escenario hasta el momento de 4 partidos por ronda final de Copa Libertadores. River había ganado los 4. No, no transmite nada el Monumental.
En México, River salió decidido a no dejarse llevar por delante. Esa decisión duró aproximadamente 20 minutos, 10 al comienzo de cada mitad. El resto del partido, Tigres empujó con todo lo que tenía, incluyendo a un árbitro que en los 15 minutos finales inclinó decididamente la cancha hacia el arco de Barovero, quien más allá de un par de sofocones, tuvo una noche relativamente tranquila. El 0 a 0 no se movió. La Copa se definía en Núñez.
Notarán que hace ya varios párrafos que dejé de mencionar el ESTA COPA DE MIERDA NOS ODIA. No sé si será cierto, pero dicen los filósofos de banco de plaza que del odio al amor hay un solo paso. Y a estas alturas, daba la impresión que la COPA DE MIERDA, casi vencida ya su resistencia inicial, se empezaba a enamorar del River de Marcelo Gallardo. Una caricia más y se entregaba por completo.
Y quien le dio la caricia final fue, quizás en el último milagro inesperado, el flacucho de la cara de cadete. Ése que lo ves en una oficina y pensás "pobre, la debe poner menos que un tuitero mormón". Y el flacucho Alario la puso. Después de un jugadón de Vangioni la puso. De palomita la puso. Al lado del palo derecho de Guzmán la puso. Gol. Delirio. Diluvio. Lágrimas. Orgasmo. La Copa estaba totalmente entregada. Quería más.
Y River le dio más. El segundopolvo gol lo hizo el Pato Sánchez, de penal, como en octavos, como a Orión, como a Boca que lo miraba por televisión. Y el tercer polvo gol no podía ser más simbólico. Lo hizo el que abrió la puerta para que todos los del Millo volviéramos a jugar. Lo hizo el que un 30 de marzo de 2014 saltó más alto que la tercera bandeja. Lo hizo el que dejó manoteando el aire a Orión y clavado en la línea a Gago. Lo hizo Ramiro Funes Mori.
Esta historia hermosa de River, este cuento de hadas, empezó con un Ramirazo. Y tenía que terminar así, con otro Ramirazo, con el milagro tal vez más inesperado de todos, un Funes Mori haciendo goles decisivos, claves, definitorios. Goles que liquidan la historia, que cierran el balance, que le dan el final al cuento, el colorín colorado, el fueron felices y comieron perdices.
Así fue que este humilde escriba dio por finalizada la mejor cábala de su vida, dándole cristiana sepultura a "Johann Siamofuorio" y una calurosa bienvenida a un orgulloso "Johann Libertadorio".
En este cuento no nombré a un montón de personajes claves, por la simple e injusta razón de que no hicieron goles. Pero cómo negar el aporte de todos ellos. Especialmente de esos dos leones que patrullan el mediocampo y se comen el hígado de los rivales de a mordisquitos, Matías Kranevitter y Leonardo Ponzio. Cómo olvidarse de Fernando Cavenaghi, ese gordo lindo al que tanto puteamos por líder negativo, y que en los últimos 12 meses nos hizo cerrar la boca a todos sumando y sumando desde la cancha, desde el banco, desde la tribuna o desde la casa. Cómo no recordar a Emanuel Mammanna, ese nene con carita de bebé que es un pichón de crack y que se perdió la final por un desgarro inoportuno. Cómo no nombrar a Seba Driussi, otro loquito lindo que cuando le tocó entrar le puso alegría al fútbol de River. Cómo dejar de lado a Leo Pisculichi, postergado por cuestiones físicas y por la llegada de algún refuerzo en su puesto, pero que hasta se dio el gusto de poder decir que él, con esa pegada sublime que tiene en su pie zurdo, fue el que dio la última asistencia de la Copa. Todos aportaron. Vega, Solari, Boyé, Simeone, Chiarini, hasta creo que Uribarri tuvo minutos en esta Copa Libertadores. Y más allá de capacidades individuales, no hubo ninguno que no haya dejado el pellejo durante el rato en que le tocó estar en cancha y vestir el manto sagrado.
Al que sí nombré varias veces, y aún así me quedo muy corto, fue a ÉL. Al Mouñeco. A Gallardiola. A Van Gaallardo. A Napoleón. A GallarDIOS.
El cielo y el infierno saben que no fui precisamente un ramonista de la primera hora, sino más bien todo lo contrario. Me subí a ese barco cuando ya estaba a punto de zarpar, luego de ese tremendo triunfo en cancha de Boca, ante el cual no pude más que rendirme ante la evidencia: fue un planteo táctico perfecto de Ramón Ángel Díaz, complementado con una demoledora arenga en formato de video clip. Y ese equipo que hasta allí navegaba en la intrascendencia, se coronó campeón arrasando en los últimos 6 partidos de ese torneo.
Luego vino la partida de Ramón, y sobre esa ola ganadora se montó Marcelo Gallardo. Y la surfeó con estilo de campeón, llevando a River a un nuevo récord institucional de partidos sin conocer derrotas, trepando a la punta del torneo local con autoridad y buen juego, y avanzando hasta semifinales de la Copa Sudamericana, su primer torneo internacional. Ahí fue cuando el Muñeco tuvo que tomar una decisión difícil y la tomó sin dudar: viendo al equipo titular agotado en lo físico, y ante la inminencia de un mano a mano que se preveía durísimo contra Boca, decidió poner suplentes en el torneo local y capear el temporal de críticas. Incluso hubo varios que pidieron su cabeza. Quisiera saber bajo qué baldosa andan escondidos ahora.
La apuesta casi sale redonda: River pasó esa semifinal contra Boca, terminó ganando la Sudamericana con autoridad, y de no ser por una carambola en el partido frente al Racing a la postre campeón, también se habría llevado el torneo local.
Lo que vino después ya fue desarrollado en este post, al menos hasta el presente. Un presente perfecto para quienes tenemos el orgullo de ser hinchas de River Plate.
Lo que vendrá, nadie lo puede saber. Se viene ahora nomás una copa simpática a jugarse en Japón, y después el Mundial de Clubes, donde nos cruzaremos seguramente contra algún equipo africano, asiático o neocelandés, y si la suerte no es grela, unos días más tarde nos tocará enfrentar al invencible Barcelona de Luis Enrique, de Suárez, de Neymar, de Mascheranoque se hará expulsar a los 15 minutos (?) y de un tal Lionel Andrés Messi. La lógica indica que los culés son amplísimos favoritos sea quien sea su rival en la final.
Pero quién te dice. En el banco de River está Marcelo Daniel Gallardo, un tipo que le demostró a propios y ajenos que los milagros existen, y que ya son cada vez menos inesperados.
Johann Tenorio Twittear
Dedicado a mi viejo, que la debe haber disfrutado desde allá arriba.
Es inevitable. Ni siquiera los años sin escribir más que en 140 caracteres pueden impedirlo. Tengo que escribir algo sobre lo del miércoles. Este River logra milagros inesperados, éste es tan sólo uno, mínima historia entre millones de historias mínimas dentro de una historia monumental.
Podría empezar hablando del Ramirazo, del último título de Ramón en River, de la llegada de Gallardo en medio de muchísimas dudas, de los 31 partidos invicto, el parapám, la Sudamericana o cualquier otro de los momentos brillantes que nos regaló River en el 2014, pero quiero concentrarme en este semestre raro, que empezó en enero y terminó en agosto de 2015.
Y no empezó demasiado prometedor. Medio que empezó para el demonio. River que buscaba refuerzos, pero cualquier 4 de copas que empezaba a interesar, de repente pasaba cotizar de a millón dólar el kilo vivo. Apenas nos pudimos reforzar con el regreso en cuotas del Payaso Aimar, un wachiturro movedizo pero lagunero llamado Pity Martínez, y un uruguayo ignoto llamado Camilo Mayada. Ah, perdón, me olvidaba del George Clooney argentino que venía a darnos tranquilidad luego de la partida de un tal Chichizola, que vaya uno a saber si sigue atajando o se dedica al cine porno.
Mientras tanto, el rival de toda la vida se compraba jugadores de a container, y todos titulares en ligas de primer nivel. Que Pablo Pérez, que Gino Peruzzi, que Torsiglieri, que Sara, que Daniel Osvaldo y que la mar en coche. Y por si fuera poco, surgían promesas de inferiores que en no más de un par de años iban a hacer olvidar a Palermo, Guillermo, Riquelme o el que se te ocurra, y asistimos al advenimiento de un Cubas, un Bravo o un Pavón como si de pequeños Messis se tratara. En fin.
Levante la mano el que se la está cortando en juliana. (?) |
La cuestión es que parecía que el experimento daba resultados, y rápido. Nos ganaron los dos clásicos de verano por paliza, arrancaron el torneo local con todo, y e hicieron historia siendo EL MEJOR DE LA FASE DE GRUPOS en la copa Libertadores, ganando, gustando y goleando en los 6 primeros partidos.
Nosotros sólo atinábamos a putear a D'Onofrio por su política de austeridad al palo y le pedíamos que trajera aunque más no sea al 3 de Villa San Carlos, no sé, algo para vender humo. Fuimos a jugar una copita a Uruguay y nos ganó el peor Peñarol de la historia, y no sé qué otro equipo, uno de Perú creo, un país donde juegan al fútbol entre las vacas que rumian. (?)
Y arrancamos nomás nuestro camino en la Copa Libertadores, yendo de visita a la punta del Aconcagua a jugar contra San José de Oruro, y perdiendo 2-0 luego de bancar bastante bien la parada durante casi todo el partido. Pero bueno, ya se sabe, ESTA COPA DE MIERDA NOS ODIA.
Tras cartón, recibimos al aguerrido equipo mexicano de Tigres (¿alguien sintió hablar alguna vez de un equipo mexicano que no sea "aguerrido"?). Y empezamos fenómeno, con uno de esos cagadones de biógrafo que se manda Funes Mori cuando se olvida un cromosoma en el vestuario. Por supuesto, como ESTA COPA DE MIERDA NOS ODIA, todo error del fondo de River termina dentro del arco de River, a quién se le puede ocurrir que pegue en el palo y salga, es gol por una cuestión de principios.
Gracias a Dios el Pato Sánchez empató el partido, y sobre la hora tuvimos la chance de hacer el gol del triunfo, pero la volea de Morita reventó el palo. Y salió, claro. A quién se le puede ocurrir que pegue en el palo y entre. Somos River, carajo. Somos River. (?)
Luego nos tocó ir a jugar a una cancha de fútbol 5 pero de 11, posta, de CÉSPED ARTIFICIAL, porque quién iba a ser el primer equipo argentino en jugar Copa Libertadores en una cancha de césped artificial sino River. Ah claro, el detalle era que no se jugaba con una pelota de fútbol 5, de ésas que son pesadas y casi no pican. Se jugó con una pelota de verdad, de ésas que se usan para jugar en una cancha DE VERDAD, y que puesta a rebotar en una cancha de césped artificial rebotaba como la bolita de Men In Black. Así y todo River se puso muy merecidamente en ventaja con gol de Balanta, parecía que todo estaba cocinado para conseguir el primer triunfo en la copa... pero no, como ESTA COPA DE MIERDA NOS ODIA, la única vez que el rival peruano pisó nuestra área, adiviná qué pasó. Gol. Empate. Ah, el rival peruano era Juan Aurich, acordate de este nombre porque es importante. (?)
Así pasó la primera rueda. Tres partidos, dos puntos miserables. Bueno, en la segunda rueda hay que ganar los tres partidos o somos boleta.
Y viene el tal Juan Aurich al Monumental. Quinientas setenta y siete veces pateó River al arco sólo en el primer tiempo, pero recuerde mi querido lector que ESTA COPA DE MIERDA NOS ODIA, así que nos fuimos al descanso ganando sólo por 1 a 0, gol de Gaby Mercado. Arranca el segundo tiempo y con él un concierto de CLANNNNNKS, CLONNNNNKS y variaciones similares de TiroTeo Gutiérrez. Una cosa increíble, no había manera, las pocas que no cazaba el arquero peruano, que como todo arquero mediocrón viene al Monumental y se transforma en Neuer, le hacían un bollo nuevo a los palos del arco que da la espalda a la Figueroa Alcorta.
Llegó el minuto 90, foul boludo en mitad de cancha, pelotazo llovido al área de River, y adiviná. Empate. Chau, dediquémonos a pensar en el campeonato, la Copa Argentina, la Suruga o cualquier poronga que no sea ESTA COPA DE MIERDA que, como todo el mundo sabe, NOS ODIA. Bueno, qué sé yo, la matemática da, todo es posible. Sí, pero con la suerte que tenemos fija que nos toca EL MEJOR DE LA FASE DE GRUPOS en octavos de final, olvidate. Bueno, pero está el Mouñeco en el banco, todo puede pasar. Ma sí, que sea lo que sea.
¿Qué será de la vida de este ingenioso trapo? |
En aquel momento infausto fue que este servidor dijo "a la mierda todo" y se cambió el nick en la red social del pajarito azul por "Johann Siamofuorio", un alarde de creatividad. (?)
Y de repente... un milagro inesperado. Pero grosso en serio, no como esas pavadas que hacía John Coffey de resucitar cadáveres. Bueno, sí, algo de resucitar cadáveres hubo en el asunto.
Moco impresentable entre dos defensores mexicanos, choque, pelota boyando, Mora que enfrenta al Patón Guzmán, pase al costado y toque a puerta abierta de Teo Gutiérrez. 1-2. Vamos que se puede.
Y se pudo. Minuto 89, corner para River, rebote, y el inmenso Rodrigo Mora que la clava con alma y vida en el arco de Tigres. 2-2. ESTA COPA DE MIERDA NOS OD... ah no, pará, que si se alinean un par de docenas de planetas capaz que pasamos a octavos y todo. Después vemos.
Y sí, se alinearon los planetas. El paupérrimo San José de Oruro hizo lo que tiene que hacer cualquier equipo boliviano en cancha de River, o sea, comerse tres goles (dos de Mora y uno de Teo) y rajar para el aeropuerto. Al mismo tiempo, y mientras quien escribe estas líneas estaba en el exterior, sin posibilidad de mirar ningún partido de nada que no fuera béisbol o hockey sobre hielo, ni siquiera por internet, el aguerrido equipo mexicano conseguía un triunfo insólito en Perú por 4 a 3, o por 5 a 4, no sé, una ridiculez de goles. Otro milagro inesperado más, y River entraba por la claraboya del baño a los octavos de final de la Copa Libertadores 2015.
No señores, por más que hubiéramos pasado de ronda, el Siamofuorio no se toca. A no olvidarse que en octavos nos toca EL MEJOR DE LA FASE DE GRUPOS, el Boca de los 10 millones de dólares en refuerzos, el del ídolo hipster, el de la mística copera por excelencia. No teníamos chances. Pero bueno, estaba Gallardo, algo tiene que inventar, andá a saber.
Algo pasó ahí. Nadie sabe por qué, pero al equipo de los 10 millones de dólares en refuerzos le agarró el panic attack, el stress, el surmenáge, el patatús o algo de eso. En vez de salir a hacer pata ancha en el Monumental y liquidar la serie en menos de 90 minutos, nada, el técnico decidió que la mística copera la dejaban para la fase siguiente, total para qué nos vamos a preocupar por estas gallinas putas y cagonas, hagamos la plancha y dejalos que se cansen, después en la Bombonegra los hacemos vuelta y vuelta. El ídolo hipster se quedó en el banco de suplentes, hasta que un tal Marín decidió pasar a la historia por cometer el penal más boludo de la ídem. Y River, que atacaba a los ponchazos sin que se le cayera ni media idea, de repente se encontró con una oportunidad de oro. No importa, Sánchez nunca patea penales, Orión se lo ataja seguro, o el uruguayo la manda a la tribuna, o... gol de River. 1 a 0. A la cancha el hipster, para ver si pasaba algo, pero nada pasó. Ventaja mínima, y todos los teóricos del fútbol coincidían que era un resultado muy favorable a Boca. Sí, había ganado River, pero el resultado era favorable a Boca. Andá a preguntarle a los teóricos del fútbol.
Y llegó el día de la esperada revancha. En la Bombonegra, EL MEJOR DE LA FASE DE GRUPOS no pisó el área del equipo que había entrado a octavos por la claraboya del baño, al menos en el primer tiempo. Bueno, pero en el segundo tiempo seguro que... ¿qué? ¿qué pasó?
Bueno, pasó eso que todos saben. Tiraron gas. Abandonaron.
"Pensé que no había cámaras, no sabía que iba a llegar a tanto". Ahí lo tenés al pelotudo. |
Otro milagro inesperado más, y River, que tres partidos atrás estaba con un pie y la planta, el talón y cuatro dedos del otro afuera de la copa, pasaba a cuartos de final. Sí, la decisión de dar por terminado el partido se tomó en un escritorio. Vaya uno a saber quién tomó la decisión de que el Boca de los 10 millones de dólares en refuerzos no pisara el área rival en 135 minutos, o la decisión de que era divertido tirarle a un jugador de fútbol con un arma quimica. Misterios de este deporte.
Muchos decían que del mano a mano entre River y Boca tenía que salir el campeón de la Copa, porque el envión anímico que iba a recibir luego de pasar la llave iba a ser determinante. Casi se tienen que meter sus opiniones científicas en el bolsillo grande de atrás cuando el River del envión anímico determinante, aún conmocionado por el escándalo de la fase anterior, perdía de local por la mínima diferencia contra otra de sus sombras negras, el Cruzeiro de Belo Horizonte. Bueno, qué se le va a hacer, fue lindo mientras duró, al menos nos dimos el gusto de dejar afuera a los bosteros. Pero pará, que está Gallardo. Algo va a inventar.
Vaya si inventó algo el Mouñeco, Gallardiola, Van Gaallardo. Inventó la goleada más resonante que haya conseguido un equipo argentino en Brasil. Un 3-0 histórico, lujoso, aplastante, autoritario, inolvidable. Pato Sánchez, Maidana y Teo Gutiérrez fueron los autores materiales de otro milagro más de este River, tan inesperado como los anteriores, o quizá más.
Haciendo historia en Brasil. |
Venía el parate por la Copa América. En medio de eso, Boca concretaba el regreso de Carlos Tévez en la cúspide de su esplendorosa majestad. Venía a cumplir una promesa: que iba a volver a Boca para las semifinales de la Copa Libertadores. De no haber sido porque Boca ya no estaba en la Libertadores, habría sido algo para recordar toda la vida.
Por su parte, River lograba, por fin, el postergado retorno de Saviola y Lucho González, o lo que queda de ellos. Por insistencia de su DT, y luego de batallar como gato panza arriba, D'Onofrio conseguía los fichajes de un canterano boquense como Nicolás Bertolo, desgarrado a los 15 minutos de su debut, de un flacucho con cara de cadete proveniente de Colón de Santa Fe como Lucas Alario, y de otra incógnita proveniente de la Banda Oriental como Tabaré Viudez. Abandonaban el club en búsqueda de mejores
La cuestión es que River, con sus altas y bajas, tenía que jugar las semifinales de la Copa. Casi sin darnos cuenta, estábamos ahí, a nada de la final, a nada de tenerla a unos metros, unos centímetros, menos. Había que enfrentar a Guaraní, que venía con fama de bravo equipo paraguayo (¿alguien sintió hablar alguna vez de un equipo paraguayo que no sea "bravo"?), de tener una defensa impenetrable como las selvas de aquellos lares, y de tener un goleador que venía en racha.
El bravo equipo paraguayo hizo lo que tiene que hacer cualquier equipo paraguayo en cancha de River, o sea, parar 9 tipos en el borde del área y tirarle pelotazos al goleador para que su racha hiciera el resto. Pero no, nada de rachas de goleadores. En un corner para River, el flacucho con cara de cadete baja una pelota en tierras guaraníes, y el enorme Gaby Mercado le rompió el arco al joven portero rival. Un rato más tarde, el flacucho con cara de cadete mete un pase de cachetada y Morita, ese uruguayo al que nos cansamos de putear en su primer año en River, clava una vaselina deliciosa para el 2 a 0 final.
La revancha en Asunción fue bastante previsible, un Guaraní obligado a ganar por 2 o más goles salió a atropellar a River, y promediando el segundo tiempo aprovechó una serie de rebotes para ponerse en ventaja. Desde acá, pensábamos que el 2-0 de la ida tenía que alcanzar. Y no alcanzó: sobró. Porque a falta de 10 minutos, la incógnita proveniente de la Banda Oriental mete un toque casi despectivo por sobre la defensa paraguaya, y el flacucho de la cara de cadete la punteó por sobre el arquero para conseguir el empate. Ya no había manera de que al bravo equipo paraguayo se le cayera no una, sino tres ideas que dieran vuelta la serie. River estaba en su quinta final de Copa Libertadores.
Ya no era tan inesperado. Ya no era milagro.
Al día siguiente, la mejor noticia. Tigres de Nueva León eliminaba a Internacional de Porto Alegre, clasificaba a la final, y de paso le daba a River la doble alegría de clasificarlo de manera automática al Mundial de Clubes a jugarse en Japón, y de que el partido de vuelta se iba a jugar en el Monumental de Núñez.
Un detalle de color. El Monumental de Núñez, ese estadio frío, que no empuja, que no transmite, que no alienta, que etcétera etcétera, había sido escenario hasta el momento de 4 partidos por ronda final de Copa Libertadores. River había ganado los 4. No, no transmite nada el Monumental.
En México, River salió decidido a no dejarse llevar por delante. Esa decisión duró aproximadamente 20 minutos, 10 al comienzo de cada mitad. El resto del partido, Tigres empujó con todo lo que tenía, incluyendo a un árbitro que en los 15 minutos finales inclinó decididamente la cancha hacia el arco de Barovero, quien más allá de un par de sofocones, tuvo una noche relativamente tranquila. El 0 a 0 no se movió. La Copa se definía en Núñez.
Notarán que hace ya varios párrafos que dejé de mencionar el ESTA COPA DE MIERDA NOS ODIA. No sé si será cierto, pero dicen los filósofos de banco de plaza que del odio al amor hay un solo paso. Y a estas alturas, daba la impresión que la COPA DE MIERDA, casi vencida ya su resistencia inicial, se empezaba a enamorar del River de Marcelo Gallardo. Una caricia más y se entregaba por completo.
Y quien le dio la caricia final fue, quizás en el último milagro inesperado, el flacucho de la cara de cadete. Ése que lo ves en una oficina y pensás "pobre, la debe poner menos que un tuitero mormón". Y el flacucho Alario la puso. Después de un jugadón de Vangioni la puso. De palomita la puso. Al lado del palo derecho de Guzmán la puso. Gol. Delirio. Diluvio. Lágrimas. Orgasmo. La Copa estaba totalmente entregada. Quería más.
Y River le dio más. El segundo
El momento más AWWWWWWWWWWW de la Copa. (?) |
Así fue que este humilde escriba dio por finalizada la mejor cábala de su vida, dándole cristiana sepultura a "Johann Siamofuorio" y una calurosa bienvenida a un orgulloso "Johann Libertadorio".
En este cuento no nombré a un montón de personajes claves, por la simple e injusta razón de que no hicieron goles. Pero cómo negar el aporte de todos ellos. Especialmente de esos dos leones que patrullan el mediocampo y se comen el hígado de los rivales de a mordisquitos, Matías Kranevitter y Leonardo Ponzio. Cómo olvidarse de Fernando Cavenaghi, ese gordo lindo al que tanto puteamos por líder negativo, y que en los últimos 12 meses nos hizo cerrar la boca a todos sumando y sumando desde la cancha, desde el banco, desde la tribuna o desde la casa. Cómo no recordar a Emanuel Mammanna, ese nene con carita de bebé que es un pichón de crack y que se perdió la final por un desgarro inoportuno. Cómo no nombrar a Seba Driussi, otro loquito lindo que cuando le tocó entrar le puso alegría al fútbol de River. Cómo dejar de lado a Leo Pisculichi, postergado por cuestiones físicas y por la llegada de algún refuerzo en su puesto, pero que hasta se dio el gusto de poder decir que él, con esa pegada sublime que tiene en su pie zurdo, fue el que dio la última asistencia de la Copa. Todos aportaron. Vega, Solari, Boyé, Simeone, Chiarini, hasta creo que Uribarri tuvo minutos en esta Copa Libertadores. Y más allá de capacidades individuales, no hubo ninguno que no haya dejado el pellejo durante el rato en que le tocó estar en cancha y vestir el manto sagrado.
Al que sí nombré varias veces, y aún así me quedo muy corto, fue a ÉL. Al Mouñeco. A Gallardiola. A Van Gaallardo. A Napoleón. A GallarDIOS.
El cielo y el infierno saben que no fui precisamente un ramonista de la primera hora, sino más bien todo lo contrario. Me subí a ese barco cuando ya estaba a punto de zarpar, luego de ese tremendo triunfo en cancha de Boca, ante el cual no pude más que rendirme ante la evidencia: fue un planteo táctico perfecto de Ramón Ángel Díaz, complementado con una demoledora arenga en formato de video clip. Y ese equipo que hasta allí navegaba en la intrascendencia, se coronó campeón arrasando en los últimos 6 partidos de ese torneo.
Luego vino la partida de Ramón, y sobre esa ola ganadora se montó Marcelo Gallardo. Y la surfeó con estilo de campeón, llevando a River a un nuevo récord institucional de partidos sin conocer derrotas, trepando a la punta del torneo local con autoridad y buen juego, y avanzando hasta semifinales de la Copa Sudamericana, su primer torneo internacional. Ahí fue cuando el Muñeco tuvo que tomar una decisión difícil y la tomó sin dudar: viendo al equipo titular agotado en lo físico, y ante la inminencia de un mano a mano que se preveía durísimo contra Boca, decidió poner suplentes en el torneo local y capear el temporal de críticas. Incluso hubo varios que pidieron su cabeza. Quisiera saber bajo qué baldosa andan escondidos ahora.
La apuesta casi sale redonda: River pasó esa semifinal contra Boca, terminó ganando la Sudamericana con autoridad, y de no ser por una carambola en el partido frente al Racing a la postre campeón, también se habría llevado el torneo local.
Qué querés que te diga, yo hasta le veo un aire a Labruna. |
Lo que vino después ya fue desarrollado en este post, al menos hasta el presente. Un presente perfecto para quienes tenemos el orgullo de ser hinchas de River Plate.
Lo que vendrá, nadie lo puede saber. Se viene ahora nomás una copa simpática a jugarse en Japón, y después el Mundial de Clubes, donde nos cruzaremos seguramente contra algún equipo africano, asiático o neocelandés, y si la suerte no es grela, unos días más tarde nos tocará enfrentar al invencible Barcelona de Luis Enrique, de Suárez, de Neymar, de Mascherano
Pero quién te dice. En el banco de River está Marcelo Daniel Gallardo, un tipo que le demostró a propios y ajenos que los milagros existen, y que ya son cada vez menos inesperados.