viernes, 7 de agosto de 2015

La Copa de los Milagros Inesperados

N del A: allá por 1999 se estrenó en Argentina "The Green Mile", versión fílmica de la novela por entregas de Stephen King del mismo nombre, dirigida por Frank Darabont. Algún anónimo hijo de puta decidió que se presentara en las salas de este país con el insólito título de "Milagros Inesperados". Vaya pues una mención especial para ese anónimo hijo de puta.
Dedicado a mi viejo, que la debe haber disfrutado desde allá arriba.

Es inevitable. Ni siquiera los años sin escribir más que en 140 caracteres pueden impedirlo. Tengo que escribir algo sobre lo del miércoles. Este River logra milagros inesperados, éste es tan sólo uno, mínima historia entre millones de historias mínimas dentro de una historia monumental.
Podría empezar hablando del Ramirazo, del último título de Ramón en River, de la llegada de Gallardo en medio de muchísimas dudas, de los 31 partidos invicto, el parapám, la Sudamericana o cualquier otro de los momentos brillantes que nos regaló River en el 2014, pero quiero concentrarme en este semestre raro, que empezó en enero y terminó en agosto de 2015.
Y no empezó demasiado prometedor. Medio que empezó para el demonio. River que buscaba refuerzos, pero cualquier 4 de copas que empezaba a interesar, de repente pasaba cotizar de a millón dólar el kilo vivo. Apenas nos pudimos reforzar con el regreso en cuotas del Payaso Aimar, un wachiturro movedizo pero lagunero llamado Pity Martínez, y un uruguayo ignoto llamado Camilo Mayada. Ah, perdón, me olvidaba del George Clooney argentino que venía a darnos tranquilidad luego de la partida de un tal Chichizola, que vaya uno a saber si sigue atajando o se dedica al cine porno.

Mientras tanto, el rival de toda la vida se compraba jugadores de a container, y todos titulares en ligas de primer nivel. Que Pablo Pérez, que Gino Peruzzi, que Torsiglieri, que Sara, que Daniel Osvaldo y que la mar en coche. Y por si fuera poco, surgían promesas de inferiores que en no más de un par de años iban a hacer olvidar a Palermo, Guillermo, Riquelme o el que se te ocurra, y asistimos al advenimiento de un Cubas, un Bravo o un Pavón como si de pequeños Messis se tratara. En fin.

Levante la mano el que se la está cortando en juliana (?)
Levante la mano el que se la está cortando en juliana. (?)

La cuestión es que parecía que el experimento daba resultados, y rápido. Nos ganaron los dos clásicos de verano por paliza, arrancaron el torneo local con todo, y e hicieron historia siendo EL MEJOR DE LA FASE DE GRUPOS en la copa Libertadores, ganando, gustando y goleando en los 6 primeros partidos.

Nosotros sólo atinábamos a putear a D'Onofrio por su política de austeridad al palo y le pedíamos que trajera aunque más no sea al 3 de Villa San Carlos, no sé, algo para vender humo. Fuimos a jugar una copita a Uruguay y nos ganó el peor Peñarol de la historia, y no sé qué otro equipo, uno de Perú creo, un país donde juegan al fútbol entre las vacas que rumian. (?)

Y arrancamos nomás nuestro camino en la Copa Libertadores, yendo de visita a la punta del Aconcagua a jugar contra San José de Oruro, y perdiendo 2-0 luego de bancar bastante bien la parada durante casi todo el partido. Pero bueno, ya se sabe, ESTA COPA DE MIERDA NOS ODIA.
Tras cartón, recibimos al aguerrido equipo mexicano de Tigres (¿alguien sintió hablar alguna vez de un equipo mexicano que no sea "aguerrido"?). Y empezamos fenómeno, con uno de esos cagadones de biógrafo que se manda Funes Mori cuando se olvida un cromosoma en el vestuario. Por supuesto, como ESTA COPA DE MIERDA NOS ODIA, todo error del fondo de River termina dentro del arco de River, a quién se le puede ocurrir que pegue en el palo y salga, es gol por una cuestión de principios.
Gracias a Dios el Pato Sánchez empató el partido, y sobre la hora tuvimos la chance de hacer el gol del triunfo, pero la volea de Morita reventó el palo. Y salió, claro. A quién se le puede ocurrir que pegue en el palo y entre. Somos River, carajo. Somos River. (?)
Luego nos tocó ir a jugar a una cancha de fútbol 5 pero de 11, posta, de CÉSPED ARTIFICIAL, porque quién iba a ser el primer equipo argentino en jugar Copa Libertadores en una cancha de césped artificial sino River. Ah claro, el detalle era que no se jugaba con una pelota de fútbol 5, de ésas que son pesadas y casi no pican. Se jugó con una pelota de verdad, de ésas que se usan para jugar en una cancha DE VERDAD, y que puesta a rebotar en una cancha de césped artificial rebotaba como la bolita de Men In Black. Así y todo River se puso muy merecidamente en ventaja con gol de Balanta, parecía que todo estaba cocinado para conseguir el primer triunfo en la copa... pero no, como ESTA COPA DE MIERDA NOS ODIA, la única vez que el rival peruano pisó nuestra área, adiviná qué pasó. Gol. Empate. Ah, el rival peruano era Juan Aurich, acordate de este nombre porque es importante. (?)

Así pasó la primera rueda. Tres partidos, dos puntos miserables. Bueno, en la segunda rueda hay que ganar los tres partidos o somos boleta.

Y viene el tal Juan Aurich al Monumental. Quinientas setenta y siete veces pateó River al arco sólo en el primer tiempo, pero recuerde mi querido lector que ESTA COPA DE MIERDA NOS ODIA, así que nos fuimos al descanso ganando sólo por 1 a 0, gol de Gaby Mercado. Arranca el segundo tiempo y con él un concierto de CLANNNNNKS, CLONNNNNKS y variaciones similares de TiroTeo Gutiérrez. Una cosa increíble, no había manera, las pocas que no cazaba el arquero peruano, que como todo arquero mediocrón viene al Monumental y se transforma en Neuer, le hacían un bollo nuevo a los palos del arco que da la espalda a la Figueroa Alcorta.
Llegó el minuto 90, foul boludo en mitad de cancha, pelotazo llovido al área de River, y adiviná. Empate. Chau, dediquémonos a pensar en el campeonato, la Copa Argentina, la Suruga o cualquier poronga que no sea ESTA COPA DE MIERDA que, como todo el mundo sabe, NOS ODIA. Bueno, qué sé yo, la matemática da, todo es posible. Sí, pero con la suerte que tenemos fija que nos toca EL MEJOR DE LA FASE DE GRUPOS en octavos de final, olvidate. Bueno, pero está el Mouñeco en el banco, todo puede pasar. Ma sí, que sea lo que sea.

¿Qué será de la vida de este ingenioso trapo?
Revancha en México, 700 mil kilómetros de avión, porque claro, a nosotros siempre nos tocan las fáciles. Mientras en Buenos Aires un grupo de intelectuales (?) creaba la "Peña Oficial Juan Aurich", River demostraba que en la Copa Libertadores de América siempre se puede jugar un poquito peor. Faltando 5 minutos perdíamos 2 a 0 y dábamos gracias al cielo por apiadarse del club menos copero de la Vía Láctea.
En aquel momento infausto fue que este servidor dijo "a la mierda todo" y se cambió el nick en la red social del pajarito azul por "Johann Siamofuorio", un alarde de creatividad. (?)

Y de repente... un milagro inesperado. Pero grosso en serio, no como esas pavadas que hacía John Coffey de resucitar cadáveres. Bueno, sí, algo de resucitar cadáveres hubo en el asunto.
Moco impresentable entre dos defensores mexicanos, choque, pelota boyando, Mora que enfrenta al Patón Guzmán, pase al costado y toque a puerta abierta de Teo Gutiérrez. 1-2. Vamos que se puede.
Y se pudo. Minuto 89, corner para River, rebote, y el inmenso Rodrigo Mora que la clava con alma y vida en el arco de Tigres. 2-2. ESTA COPA DE MIERDA NOS OD... ah no, pará, que si se alinean un par de docenas de planetas capaz que pasamos a octavos y todo. Después vemos.

Y sí, se alinearon los planetas. El paupérrimo San José de Oruro hizo lo que tiene que hacer cualquier equipo boliviano en cancha de River, o sea, comerse tres goles (dos de Mora y uno de Teo) y rajar para el aeropuerto. Al mismo tiempo, y mientras quien escribe estas líneas estaba en el exterior, sin posibilidad de mirar ningún partido de nada que no fuera béisbol o hockey sobre hielo, ni siquiera por internet, el aguerrido equipo mexicano conseguía un triunfo insólito en Perú por 4 a 3, o por 5 a 4, no sé, una ridiculez de goles. Otro milagro inesperado más, y River entraba por la claraboya del baño a los octavos de final de la Copa Libertadores 2015.

No señores, por más que hubiéramos pasado de ronda, el Siamofuorio no se toca. A no olvidarse que en octavos nos toca EL MEJOR DE LA FASE DE GRUPOS, el Boca de los 10 millones de dólares en refuerzos, el del ídolo hipster, el de la mística copera por excelencia. No teníamos chances. Pero bueno, estaba Gallardo, algo tiene que inventar, andá a saber.

Algo pasó ahí. Nadie sabe por qué, pero al equipo de los 10 millones de dólares en refuerzos le agarró el panic attack, el stress, el surmenáge, el patatús o algo de eso. En vez de salir a hacer pata ancha en el Monumental y liquidar la serie en menos de 90 minutos, nada, el técnico decidió que la mística copera la dejaban para la fase siguiente, total para qué nos vamos a preocupar por estas gallinas putas y cagonas, hagamos la plancha y dejalos que se cansen, después en la Bombonegra los hacemos vuelta y vuelta. El ídolo hipster se quedó en el banco de suplentes, hasta que un tal Marín decidió pasar a la historia por cometer el penal más boludo de la ídem. Y River, que atacaba a los ponchazos sin que se le cayera ni media idea, de repente se encontró con una oportunidad de oro. No importa, Sánchez nunca patea penales, Orión se lo ataja seguro, o el uruguayo la manda a la tribuna, o... gol de River. 1 a 0. A la cancha el hipster, para ver si pasaba algo, pero nada pasó. Ventaja mínima, y todos los teóricos del fútbol coincidían que era un resultado muy favorable a Boca. Sí, había ganado River, pero el resultado era favorable a Boca. Andá a preguntarle a los teóricos del fútbol.

Y llegó el día de la esperada revancha. En la Bombonegra, EL MEJOR DE LA FASE DE GRUPOS no pisó el área del equipo que había entrado a octavos por la claraboya del baño, al menos en el primer tiempo. Bueno, pero en el segundo tiempo seguro que... ¿qué? ¿qué pasó?
Bueno, pasó eso que todos saben. Tiraron gas. Abandonaron.

"Pensé que no había cámaras, no sabía que iba a llegar a tanto". Ahí lo tenés al pelotudo.

Otro milagro inesperado más, y River, que tres partidos atrás estaba con un pie y la planta, el talón y cuatro dedos del otro afuera de la copa, pasaba a cuartos de final. Sí, la decisión de dar por terminado el partido se tomó en un escritorio. Vaya uno a saber quién tomó la decisión de que el Boca de los 10 millones de dólares en refuerzos no pisara el área rival en 135 minutos, o la decisión de que era divertido tirarle a un jugador de fútbol con un arma quimica. Misterios de este deporte.

Muchos decían que del mano a mano entre River y Boca tenía que salir el campeón de la Copa, porque el envión anímico que iba a recibir luego de pasar la llave iba a ser determinante. Casi se tienen que meter sus opiniones científicas en el bolsillo grande de atrás cuando el River del envión anímico determinante, aún conmocionado por el escándalo de la fase anterior, perdía de local por la mínima diferencia contra otra de sus sombras negras, el Cruzeiro de Belo Horizonte. Bueno, qué se le va a hacer, fue lindo mientras duró, al menos nos dimos el gusto de dejar afuera a los bosteros. Pero pará, que está Gallardo. Algo va a inventar.
Vaya si inventó algo el Mouñeco, Gallardiola, Van Gaallardo. Inventó la goleada más resonante que haya conseguido un equipo argentino en Brasil. Un 3-0 histórico, lujoso, aplastante, autoritario, inolvidable. Pato Sánchez, Maidana y Teo Gutiérrez fueron los autores materiales de otro milagro más de este River, tan inesperado como los anteriores, o quizá más.

Haciendo historia en Brasil.

Venía el parate por la Copa América. En medio de eso, Boca concretaba el regreso de Carlos Tévez en la cúspide de su esplendorosa majestad. Venía a cumplir una promesa: que iba a volver a Boca para las semifinales de la Copa Libertadores. De no haber sido porque Boca ya no estaba en la Libertadores, habría sido algo para recordar toda la vida.
Por su parte, River lograba, por fin, el postergado retorno de Saviola y Lucho González, o lo que queda de ellos. Por insistencia de su DT, y luego de batallar como gato panza arriba, D'Onofrio conseguía los fichajes de un canterano boquense como Nicolás Bertolo, desgarrado a los 15 minutos de su debut, de un flacucho con cara de cadete proveniente de Colón de Santa Fe como Lucas Alario, y de otra incógnita proveniente de la Banda Oriental como Tabaré Viudez. Abandonaban el club en búsqueda de mejores billetes horizontes Ariel Rojas y Teo Gutiérrez. Quien esto escribe les desea un feliz viaje y que no vuelvan nunca más.

La cuestión es que River, con sus altas y bajas, tenía que jugar las semifinales de la Copa. Casi sin darnos cuenta, estábamos ahí, a nada de la final, a nada de tenerla a unos metros, unos centímetros, menos. Había que enfrentar a Guaraní, que venía con fama de bravo equipo paraguayo (¿alguien sintió hablar alguna vez de un equipo paraguayo que no sea "bravo"?), de tener una defensa impenetrable como las selvas de aquellos lares, y de tener un goleador que venía en racha.
El bravo equipo paraguayo hizo lo que tiene que hacer cualquier equipo paraguayo en cancha de River, o sea, parar 9 tipos en el borde del área y tirarle pelotazos al goleador para que su racha hiciera el resto. Pero no, nada de rachas de goleadores. En un corner para River, el flacucho con cara de cadete baja una pelota en tierras guaraníes, y el enorme Gaby Mercado le rompió el arco al joven portero rival. Un rato más tarde, el flacucho con cara de cadete mete un pase de cachetada y Morita, ese uruguayo al que nos cansamos de putear en su primer año en River, clava una vaselina deliciosa para el 2 a 0 final.
La revancha en Asunción fue bastante previsible, un Guaraní obligado a ganar por 2 o más goles salió a atropellar a River, y promediando el segundo tiempo aprovechó una serie de rebotes para ponerse en ventaja. Desde acá, pensábamos que el 2-0 de la ida tenía que alcanzar. Y no alcanzó: sobró. Porque a falta de 10 minutos, la incógnita proveniente de la Banda Oriental mete un toque casi despectivo por sobre la defensa paraguaya, y el flacucho de la cara de cadete la punteó por sobre el arquero para conseguir el empate. Ya no había manera de que al bravo equipo paraguayo se le cayera no una, sino tres ideas que dieran vuelta la serie. River estaba en su quinta final de Copa Libertadores.
Ya no era tan inesperado. Ya no era milagro.

Al día siguiente, la mejor noticia. Tigres de Nueva León eliminaba a Internacional de Porto Alegre, clasificaba a la final, y de paso le daba a River la doble alegría de clasificarlo de manera automática al Mundial de Clubes a jugarse en Japón, y de que el partido de vuelta se iba a jugar en el Monumental de Núñez.
Un detalle de color. El Monumental de Núñez, ese estadio frío, que no empuja, que no transmite, que no alienta, que etcétera etcétera, había sido escenario hasta el momento de 4 partidos por ronda final de Copa Libertadores. River había ganado los 4. No, no transmite nada el Monumental.

En México, River salió decidido a no dejarse llevar por delante. Esa decisión duró aproximadamente 20 minutos, 10 al comienzo de cada mitad. El resto del partido, Tigres empujó con todo lo que tenía, incluyendo a un árbitro que en los 15 minutos finales inclinó decididamente la cancha hacia el arco de Barovero, quien más allá de un par de sofocones, tuvo una noche relativamente tranquila. El 0 a 0 no se movió. La Copa se definía en Núñez.

Notarán que hace ya varios párrafos que dejé de mencionar el ESTA COPA DE MIERDA NOS ODIA. No sé si será cierto, pero dicen los filósofos de banco de plaza que del odio al amor hay un solo paso. Y a estas alturas, daba la impresión que la COPA DE MIERDA, casi vencida ya su resistencia inicial, se empezaba a enamorar del River de Marcelo Gallardo. Una caricia más y se entregaba por completo.

Y quien le dio la caricia final fue, quizás en el último milagro inesperado, el flacucho de la cara de cadete. Ése que lo ves en una oficina y pensás "pobre, la debe poner menos que un tuitero mormón". Y el flacucho Alario la puso. Después de un jugadón de Vangioni la puso. De palomita la puso. Al lado del palo derecho de Guzmán la puso. Gol. Delirio. Diluvio. Lágrimas. Orgasmo. La Copa estaba totalmente entregada. Quería más.
Y River le dio más. El segundo polvo gol lo hizo el Pato Sánchez, de penal, como en octavos, como a Orión, como a Boca que lo miraba por televisión. Y el tercer polvo gol no podía ser más simbólico. Lo hizo el que abrió la puerta para que todos los del Millo volviéramos a jugar. Lo hizo el que un 30 de marzo de 2014 saltó más alto que la tercera bandeja. Lo hizo el que dejó manoteando el aire a Orión y clavado en la línea a Gago. Lo hizo Ramiro Funes Mori.

El momento más AWWWWWWWWWWW de la Copa. (?)
Esta historia hermosa de River, este cuento de hadas, empezó con un Ramirazo. Y tenía que terminar así, con otro Ramirazo, con el milagro tal vez más inesperado de todos, un Funes Mori haciendo goles decisivos, claves, definitorios. Goles que liquidan la historia, que cierran el balance, que le dan el final al cuento, el colorín colorado, el fueron felices y comieron perdices.

Así fue que este humilde escriba dio por finalizada la mejor cábala de su vida, dándole cristiana sepultura a "Johann Siamofuorio" y una calurosa bienvenida a un orgulloso "Johann Libertadorio".

En este cuento no nombré a un montón de personajes claves, por la simple e injusta razón de que no hicieron goles. Pero cómo negar el aporte de todos ellos. Especialmente de esos dos leones que patrullan el mediocampo y se comen el hígado de los rivales de a mordisquitos, Matías Kranevitter y Leonardo Ponzio. Cómo olvidarse de Fernando Cavenaghi, ese gordo lindo al que tanto puteamos por líder negativo, y que en los últimos 12 meses nos hizo cerrar la boca a todos sumando y sumando desde la cancha, desde el banco, desde la tribuna o desde la casa. Cómo no recordar a Emanuel Mammanna, ese nene con carita de bebé que es un pichón de crack y que se perdió la final por un desgarro inoportuno. Cómo no nombrar a Seba Driussi, otro loquito lindo que cuando le tocó entrar le puso alegría al fútbol de River. Cómo dejar de lado a Leo Pisculichi, postergado por cuestiones físicas y por la llegada de algún refuerzo en su puesto, pero que hasta se dio el gusto de poder decir que él, con esa pegada sublime que tiene en su pie zurdo, fue el que dio la última asistencia de la Copa. Todos aportaron. Vega, Solari, Boyé, Simeone, Chiarini, hasta creo que Uribarri tuvo minutos en esta Copa Libertadores. Y más allá de capacidades individuales, no hubo ninguno que no haya dejado el pellejo durante el rato en que le tocó estar en cancha y vestir el manto sagrado.

Al que sí nombré varias veces, y aún así me quedo muy corto, fue a ÉL. Al Mouñeco. A Gallardiola. A Van Gaallardo. A Napoleón. A GallarDIOS.
El cielo y el infierno saben que no fui precisamente un ramonista de la primera hora, sino más bien todo lo contrario. Me subí a ese barco cuando ya estaba a punto de zarpar, luego de ese tremendo triunfo en cancha de Boca, ante el cual no pude más que rendirme ante la evidencia: fue un planteo táctico perfecto de Ramón Ángel Díaz, complementado con una demoledora arenga en formato de video clip. Y ese equipo que hasta allí navegaba en la intrascendencia, se coronó campeón arrasando en los últimos 6 partidos de ese torneo.
Luego vino la partida de Ramón, y sobre esa ola ganadora se montó Marcelo Gallardo. Y la surfeó con estilo de campeón, llevando a River a un nuevo récord institucional de partidos sin conocer derrotas, trepando a la punta del torneo local con autoridad y buen juego, y avanzando hasta semifinales de la Copa Sudamericana, su primer torneo internacional. Ahí fue cuando el Muñeco tuvo que tomar una decisión difícil y la tomó sin dudar: viendo al equipo titular agotado en lo físico, y ante la inminencia de un mano a mano que se preveía durísimo contra Boca, decidió poner suplentes en el torneo local y capear el temporal de críticas. Incluso hubo varios que pidieron su cabeza. Quisiera saber bajo qué baldosa andan escondidos ahora.
La apuesta casi sale redonda: River pasó esa semifinal contra Boca, terminó ganando la Sudamericana con autoridad, y de no ser por una carambola en el partido frente al Racing a la postre campeón, también se habría llevado el torneo local.

Qué querés que te diga, yo hasta le veo un aire a Labruna.

Lo que vino después ya fue desarrollado en este post, al menos hasta el presente. Un presente perfecto para quienes tenemos el orgullo de ser hinchas de River Plate.
Lo que vendrá, nadie lo puede saber. Se viene ahora nomás una copa simpática a jugarse en Japón, y después el Mundial de Clubes, donde nos cruzaremos seguramente contra algún equipo africano, asiático o neocelandés, y si la suerte no es grela, unos días más tarde nos tocará enfrentar al invencible Barcelona de Luis Enrique, de Suárez, de Neymar, de Mascherano que se hará expulsar a los 15 minutos (?) y de un tal Lionel Andrés Messi. La lógica indica que los culés son amplísimos favoritos sea quien sea su rival en la final.

Pero quién te dice. En el banco de River está Marcelo Daniel Gallardo, un tipo que le demostró a propios y ajenos que los milagros existen, y que ya son cada vez menos inesperados.
Johann Tenorio

lunes, 4 de marzo de 2013

Un volante del orto

Tal vez sea porque es lunes, o quizás porque perdió River, o a lo mejor porque se vienen los primeros fríos (trataré de abstenerme de hacer chistes relativos al regreso de Riquelme) y eso siempre afecta mi estado de ánimo. La cuestión es que empecé la semana medio deprimido. Y tengo la impresión de que el motivo principal de mi decaimiento no es ninguno de los anteriores, sino algo distinto.

El viernes se inauguraron las sesiones ordinarias del Congreso de la Nación, si es que puede haber algo más ordinario que ésto. Allí habló la Presidente durante casi 4 horas, de las cuales parece ser que lo único destacable fue su anuncio de que iba a enviar varios proyectos de ley tendientes a lo que la épica oficial llama la “democratización de la justicia”. Como no ví, oí ni leí el discurso, se me ocurre imaginar un “si considerás que Boudou es inocente en la causa Ciccone, mandá BAILA AMADO al 678”, pero asumo que debe tratarse sólo de un delirio mío.

Parece ser que, oh sorpresa, el anuncio no cayó del todo bien en las huestes antikirchneristas. Casi de inmediato, se comenzó a gestar una nueva marcha opositora, programada esta vez para el 18 de abril, o en la nueva jerga twittera, el #18A.
Debo confesar (bah, tampoco es un delito) que la idea me pareció razonable. Comencé en ese momento a entablar conversaciones con algunos colegas tuiteros, aquellos con lo que siento más afinidad, como para coordinar un posible encuentro en la proyectada manifestación.
Al poco rato, alguien (supuestamente un “organizador” de esta marcha) solicitó que le confeccionaran un volante que fuera en cierta medida “representativo del sentir colectivo de los participantes”, o algo así. Y a algún genio del Paint se le ocurrió esta maravilla:

El volante de la discordia. Nótese la similitud entre la estética de este volante y la de algunos confeccionados por el oficialismo.

Bueno en fin, a algunos (llamémoslos de momento “los cuestionadores”) no les gustó para nada ese cristinesco “el pueblo va por todo” como consigna opositora. Y no tuvieron mejor idea que expresarlo en Twitter.
Para qué.

De inmediato, muchos (llamémoslos por ahora “los ofendidos”) se les fueron al humo. Cómo se les puede ocurrir a los “cuestionadores” cuestionar la legitimidad de la consigna, les dijeron los “ofendidos”. Y los acusaron, los “ofendidos” a los “cuestionadores”, de ser funcionales al oficialismo. Sí, tal cual.
Se armó un poco de trifulca, los “cuestionadores” se defendieron diciendo que tienen todo el derecho a decir “tal consigna no me gusta, y no me pueden obligar a marchar detrás de ella como soldadito”. Los “ofendidos” retrucaron con alguna alusión a una supuesta “tibieza”, hubo bloqueos varios, tomas de postura hacia uno u otro bando, etcétera.
Una pena, en lugar de andar buscando los puntos en común que motivan a cada uno a concurrir o no a una marcha en contra del gobierno, se armó una pequeña guerra virtual en Twitter… por un volante del orto.

Hasta aquí los hechos, tal vez bastante triviales, pero que me dan pie para reflexionar un poco sobre temas un poco más profundos.

La Argentina se nutrió, durante sus doscientos y pico de años de historia (o más, si nos remontamos a la fundación de Buenos Aires y de otras importantes ciudades de nuestro país), de totalitarismos de diversa índole. En cualquier libro que relate más o menos fielmente nuestro pasado, encontraremos una enorme cantidad de episodios en los cuales el desprecio a la opinión ajena era el denominador común de repudios, delaciones, traiciones, descalificaciones y, cómo no, de fusilamientos y envenenamientos “misteriosos”.
Santiago de Liniers, Mariano Moreno, Manuel Dorrego, son apenas unos pocos ejemplos de los centenares de asesinatos cometidos en nombre de una determinada opinión política. Avanzando un poco más en el tiempo, podemos encontrar varios más, que desembocan (sin que eso signifique que allí finalizan) en la guerrilla de los ‘60 y los ‘70, y el “Proceso de Reorganización Nacional”.

Posiblemente en estos días no tengamos tanto derramamiento de sangre por razones políticas (sigue habiendo casos, pasa que no son tantos y no tienen tanta prensa), pero pervive en el gen argentino esa propensión a un razonamiento que, en términos más o menos básicos, es algo así como “si no estás conmigo estás contra mí, y si estás contra mí sos un corrupto/facho/delincuente/oligarca/antiargentino, y en cualquier caso se justifica que ponga una foto tuya en la vía pública y enseñe a los pibes a escupirla, o te cague a puteadas en un medio de transporte, o lisa y llanamente te pegue cuatro tiros por la espalda”.

Nos guste o no, tenemos que asumir que esa manera de pensar, por así decirlo, la tenemos adentro. Bien adentro.

Pasa en todos los ámbitos. Desde el colectivero que te tira el bondi encima porque su apuro justifica que te atropelle o te haga percha el auto, hasta el fanático que te vocifera que por ser simpatizante de algo o alguien, no entendés nada (pero nada de nada) de fútbol, o de tenis, o de música, o de política, o de bailes por televisión.

A mi entender, el kirchnerismo no existe como ideología, sino simplemente como un modo de organizar la argentinidad nuestra de cada día. Suponer que nosotros somos los buenos y ellos son los malos o viceversa, es un razonamiento que veo bastante alejado de la triste realidad: los malos somos todos, la única diferencia es que ellos están mejor organizados, y no se pelean por un volante del orto.
Y además tienen una líder clara, algo que la oposición aún no ha conseguido. Pero al ver tanta intolerancia, se me ocurre que es muy probable que en el caso de que llegase a aparecer un líder visible en la oposición, muchos se aglutinarían tras él con el mismo verticalismo con que los que creen en el Gobierno se alinean tras Cristina Fernández Wilhelm, y tendrían las mismas actitudes despectivas hacia las ideas de quienes no siguen a "su" nuevo líder.

Nos encanta el totalitarismo, desde el nacimiento mismo de nuestra Patria. Dudo que haya habido más de un par de gobernantes en nuestro país que no haya sucumbido en su momento al discreto encanto de sentirse el "salvador", el "restaurador", el "abanderado" o el "héroe" de vaya uno a saber qué. Y nunca faltaron (de hecho, sobraron) los correveidiles dispuestos a arrastrarse por cualquier inmundicia con tal de satisfacer los caprichos de su líder. Y el pueblo, en muchas ocasiones, acompañó ese servilismo con una sumisión que jamás le supo otorgar a sus propias leyes.

Por supuesto, es posible que esté equivocado. Quizás haya dentro de nuestra identidad (que obviamente también ha recibido influencias de muchas otras identidades a lo largo de la historia) también un poquito de respeto al que opina diferente. A lo mejor todavía queda en nuestro bendito país gente que no sienta la necesidad de “ir por todo”, sino apenas de lo que le corresponde en base a su esfuerzo.
Pero por el momento, me da la impresión de que si existen, son muy pocos todavía como para gestar un cambio cultural que modifique el curso de nuestro devenir.

Repito, es posible que esté equivocado. Ojalá que así sea.
Johann Tenorio

sábado, 22 de diciembre de 2012

Revolución (o cómo volver al punto de partida)

A ver muchachos: llámenlo como quieran, pero cuando un grupo de personas entra por la fuerza a un lugar donde hay mercaderías, y se hace con las mismas sin pagarlas, se llame saqueo, se llame robo organizado o se llame LCDs Para Todos, es un delito. ¿Hasta ahí estamos de acuerdo? Muy bien, sigo adelante. Si no, ni sigas leyendo, entraste al blog equivocado.
Coincidimos entonces que lo que se está produciendo en estos momentos en varios lugares de la Argentina (lo podés ver en cualquier medio, incluso en los oficialistas) es una serie de delitos, cometidos por una cantidad no especificada aún de delincuentes.

La segunda etapa del plan "LCDs Para Todos" venía algo demorada, y hubo que improvisar un poco.
Ahora bien, podemos plantearnos quiénes son esos delincuentes. Ir tras ellos y ponerlos entre rejas, como corresponde. Es una buena opción, sin dudas. Sólo les pediría que mientras les ponen las esposas, recuerden que esos delincuentes, además de ser delincuentes, son también excluídos del sistema. Del mismo sistema que dice gobernar para ellos, mientras despliega un sinfín de presentaciones en PowerPoint para demostrar la bonanza económica que supuestamente derrama sobre ellos como maná de los cielos sobre el pueblo elegido.
También podemos preguntarnos quién incitó a esos delincuentes. Aquí las opiniones se dividirán: unos dirán que fueron espontáneos, otros que los dirige el Gobierno para provocar un "autogolpe", otros que desde las sombras los organiza Duhalde, o Moyano, o Magnetto. En cualquier caso, todo queda a la corta o a la larga en un simple endosamiento de culpas al de la vereda de enfrente. No me parece tan buena opción.


Me estoy inclinando por una tercera opción, tal vez la más difícil. Se trata de analizar un poco qué nos trajo hasta este punto. Enfocar esta situación simplemente como una serie de síntomas, que parecerían extraídos del más complejo de los capítulos del Dr. House, y a partir de ellos tratar de descubrir la enfermedad subyacente (siempre quise usar esa palabra y no sabía dónde).

Y lo primero que se me viene a la mente es "bronca". Bronca de diversos tipos y por varios motivos, como en el tema de Miguel Cantilo. Bronca que se genera en quienes viven en condiciones lamentables, y que ven por televisión cómo viven los que más tienen. Bronca porque les están jurando desde hace años que este modelo es para ellos, para los excluídos, para los que nunca tuvieron la oportunidad de subir un escalón en la pirámide social, pero a pesar de tanto juramento, siguen hundidos en el mismo estrato donde estaban hace 10 años, y sin vislumbrar en el futuro próximo un ascenso real y concreto en sus condiciones de vida. Bronca porque, además, se agota la vaca lechera y la asistencia comienza a escasear, y si a esto le agregamos que se ven obligados a depender de la asistencia porque ni en sueños les van a dar una chance de ganarse el pan con el sudor de su frente, y mucho menos un LCD... el caldo se pone ya demasiado espeso.

Lo otro que se me viene a la mente es ineptitud. Por supuesto, de los que nos gobiernan, y también de los que deben controlarlos desde la otra orilla.
Ineptitud para delinear un país donde haya una industria sólida, sustentable en el tiempo y que genere puestos de trabajo con todas las condiciones establecidas en el artículo 14 bis de ese libelo alguna vez conocido como "Constitución Nacional".

Ineptitud para garantizar la seguridad de los ciudadanos manteniendo un plantel policial preparado para éstos u otros casos, equipados como corresponde y capacitados para poder diferenciar entre represión indiscriminada y prevención del delito.
Ineptitud para prever que esto iba a suceder, sea a través de los servicios de inteligencia del Estado o bien a través de los punteros polìticios que recorren todos los barrios carenciados del país.
Y también ineptitud de los políticos opositores, no armando un frente electoral donde se mezclen peras y batatas, sino mínimamente exponiendo ante la sociedad una plataforma de gobierno donde pudiéramos saber cuáles eran las acciones que iban a implementar en caso de ganar las elecciones.

Y hay una tercera causa en la que estoy pensando, y se llama imbecilidad. Sólo un imbécil puede creer que se puede lograr la paz social a través del conflicto permanente. Sólo un imbécil puede creer que si mantenés millones de personas hacinadas en sitios insalubres, no van a estallar ante la primer chispa que les acerque algún avispado. Sólo un imbécil puede creer que se puede lograr la colaboración de todos los argentinos llamándolos "fachos", "gorilas", "oligarcas", "golpistas" y/u otros califictivos con la misma carga de desprecio al que piensa diferente. Y sólo un imbécil puede creer que se puede gobernar el pasís que nos dejaron después de tantas tiranías, dictaduras y democracias ineficientes (por ser piadoso), sin la colaboración de todos los argentinos.


Así fue que le dimos la razón al inolvidable Tato Bores, que dijo muchas cosas en su programa de los domingos a la noche, pero hay una que nunca pude olvidar: "Una revolución es dar una vuelta completa, y volver al punto de partida".
Amigos míos, hemos regresado a Diciembre de 2001. Ese mes infausto en el que el peso no valía nada, y la vida valía todavía menos.
Más de una vez, ante el latiguillo en forma de pregunta "¿vos te acordás cómo estábamos en el 2001?", yo solía responder contrapreguntando "¿y vos hacia dónde te creés que vamos?". El tiempo parece estar dándome la razón, incluso antes de lo que imaginaba. Y no me pone para nada orgulloso, no señor. Me pone muy triste.

Todos tenemos varios conocidos que simpatizan con este Gobierno. Y parte de esa tristeza de la que hablo, es por verlos ahora hablar de "críticas resentidas que no sirven para remediar el mal, sino sólo para desahogarse", citando a filósofos ignotos y completamente fuera de contexto. O verlos hablando ahora de terrorismo, y pidiendo "que los metan a todos presos".
Saben qué, muchachos. Cuando yo hablé de prevención del delito, cuando hablé de libertad de circulación, cuando me quejé de que mataban gente para sacarle 50 pesos o desvalijarle la casa, cuando denuncié la precariedad del estado logístico y moral de nuestras fuerzas de seguridad, me trataron de fascista y de represor.
Ahora arréglense solos. Tienen la Ley Antiterrorista, la votaron ustedes contra la opinión de casi todo el espectro político y no le preguntaron a nadie si la quería o no. Úsenla, ahora que están asustados de que el monstruo que crearon y mantuvieron en estado latente durante todos estos años, haya empezado a caminar.
Parece que el "modelo de inclusión de matriz diversificada" se olvidó de incluir a unos cuantos.
Y para terminar, yo también voy a citar a un pensador, tal vez más ignoto que los que mencionan otros.
"Si trataste con desprecio al que caminaba al lado tuyo, no esperes que te dé una mano cuando te tropieces y te hagas percha contra el piso".
Johann Tenorio, argentino, contemporáneo.

Que a pesar de todo, crean en quien crean, pasen una muy Feliz Navidad.
Johann Tenorio

PD: algunas de las ideas desarrolladas en este post fueron inspiradas en frases leídas en Twitter. Si alguien lee esto y se siente plagiado, por favor no sienta empacho en denunciarlo aquí mismo. Eso sí, plata no hay.

lunes, 26 de noviembre de 2012

El "antikakismo"

El término es obviamente un invento mío, que pretende describir una postura bastante repetida en los últimos años.
La vemos muy habitualmente en encabezados de mails, en actualizaciones de Facebook, en comentarios de Twitter, en videos de You Tube. Casi no hay ámbito en el ciberespacio donde no tengamos múltiples ejemplos de estas conductas.


Trataré de describirlo en palabras: se trata de una manera de expresar el desacuerdo con las políticas del oficialismo, con los funcionarios del Gobierno en general y con la Presidente de la Nación en particular, de manera despectiva y agraviante. Se utiliza para ello una diversidad de insultos de mayor o menor calibre, reemplazando en la mayoría de los casos la aparición de la letra “C” cuando precede a vocal (o en algunos casos la “Q”) por la letra “K”, la letra maldita que en los últimos años se transformó, como la svástica para el nazismo, en el símbolo del kirchnerismo.
Para abreviar, a modo de ejemplo, les tiro uno que me llegó en el encabezado de un mail de hace unos días: “MALPARIDA KK”.
O por ejemplo, esta otra sutileza muchas veces vista, “YEGUA KONCHUDA”. O también puede ser algún comentario referido a los “KORRUPTOS” del Gobierno. O puede usarse como sustantivo colectivo cuando se dirige a la “LAKRA OFICIALISTA”. En fin, para muestra, con todos estos botones basta y sobra.

Este lenguaje que nos recuerda a la dialéctica punk de hace un par de décadas atrás, podría ser muy divertido, si no fuese por un par de factores.

Veamos. No hace mucho tuvimos la oportunidad de escuchar a la Presidente, en una de sus habituales filípicas en cadena nacional, referirse a los medios opositores como integrando una “cadena del odio y el desánimo”, en contraposición a los nobles motivos que animan al Gobierno y sus seguidores, que según ella conforman algo así como una “cadena del amor”. Más allá de que no veo mucho amor en la mayoría de las declaraciones de Luis D’Elía o Hebe de Bonafini, sólo por citar un par de sus referentes, está claro que el relato que pretenden instaurar se basa en ese tipo de ridiculeces. Y aunque nos parezca ridículo, en muchas mentes argentinas surte el efecto deseado: ellos son los “buenos” y los “amorosos”, mientras que el resto somos los “malvados” que estamos “llenos de odio y rencor”.
Ustedes ríanse, pero el tema es que esta pavada les está funcionando de maravillas.
Y como los más avispados ya se habrán imaginado, cuando hablamos de la YEGUA KONCHUDA, no hacemos más que darles argumentos que sostienen ese discurso. Se la estamos dejando servida en bandeja, claro que sí. Si no te diste cuenta aún cómo funciona, después no te extrañes cuando ves un escrutinio que dice que ganaron con el 54%.
¿Esto queremos para reemplazar a los Kirchner?
Ya que hablamos del 54%, estaría bueno que antes de hacer algún comentario acerca de la LAKRA OFICIALISTA nos pegáramos un baño de realidad y dediquemos unos segundos a ese numerito: 54%. Nunca nos olvidemos que ante cualquier crítica, nos van a refregar ese 54% por las narices, y bien merecido que lo vamos a tener. Ese 54% les otorga un barniz de legitimidad a todos sus planteos, nos guste o no, y esto es por la sencilla razón que, al menos hasta que vuelva a haber una elección presidencial, los que imponen las reglas del juego son ellos.
¿Por qué? Porque cuando nos dieron la oportunidad de votar otra cosa, no lo hicimos. Nos quedamos en casa, o metimos un dibujo de Homero Simpson en el sobre, o directamente preferimos votar al oficialismo por la comodidad de que la cosa en el fondo no anda tan mal. Igualito que en 1995. ¿Se acuerdan?
Si nos duele ese 54%, la cosa es simple. Hay que convencernos, y convencer a todos, de que el año que viene hay que votar otra cosa.

Bueno, claro, pero para eso, primero tiene que aparecer esa “otra cosa”. E imaginemos esta escena. Tenemos ante nosotros a un kirchnerista medio arrepentido, que está dudando entre seguir votando al oficialismo o empezar a buscar alternativas. Buenísimo, decimos. Uno más para la causa, pensamos. Y lo primero que hacemos es reenviarle una cadena de mails que tiene el encabezado “MALPARIDA KK”.
No sé ustedes, pero si yo fuera ese kirchnerista dubitativo, de un solo golpe se me acaban todas las dudas. Me vuelvo corriendo a pedirle al puntero más cercano la boleta del FpV para el año que viene.

Ya lo sabemos, pero ¿suma?
Por último, y para ser sinceros, lo que me parece más importante, es que en lo personal ya estoy harto de esa actitud idiota de que “el que piensa distinto es mi enemigo”. Una de las cosas que más me jode de este Gobierno es, como han dicho varios, la grieta social que pretenden abrir entre adherentes a la causa y opositores a ella. Todo aquel que tiene una opinión diferente, debería ser escarnecido y humillado en público, y si es posible a través de todos los medios de difusión.

Posiblemente, ésta sea una de las peores presidencias desde 1810 hasta la fecha. Discrepo con la mayoría de sus decisiones políticas, e incluso desconfío de las acciones con las que teóricamente estoy de acuerdo. Quería tener a las autoridades del Proceso en la cárcel, quería que las jubilaciones sean manejadas por el Estado, quería que también el agua, YPF y Aerolíneas fueran estatales, y lo único que conseguimos es que los derechos humanos fueran una bandera vacía de contenido real, que la ANSSES esté vacía y los jubilados vean sus haberes devorados por la inflación, que no haya agua corriente a 10 km. de la General Paz (ni hablar del interior del país), que la nafta nacional se parezca cada vez más al kerosene, y que se estén invirtiendo más de 10 millones de pesos diarios del dinero de los argentinos en pagarles los sueldos a los dirigentes más ineptos que alguna vez hayan manejado una aerolínea de bandera.
Pero si hay algo que no quiero, es que si el FpV llegase a perder en las presidenciales del 2015, al día siguiente salgamos a poner posters de funcionarios de este gobierno (o periodistas afines) en las calles, y llevemos a nuestros niños a decirles "Escupile al Kirchnerista". Quiero que se los investigue, se los lleve a juicio y, si resultan culpables, que vayan a prisión, que se incauten sus bienes mal habidos y que se los inhabilite de por vida para volver a ejercer un cargo público.

Si criticamos sus métodos, no usemos los mismos. Probemos con otros, a ver si nos va mejor de una buena vez.
Johann Tenorio

viernes, 9 de noviembre de 2012

#8N Yo Fui

Ayer fue la segunda vez en que participé de una movilización pública. Sí, aunque no sea coherente con tanta verborragia política vertida aquí y en otros ámbitos, lo mío nunca fue la participación en ese tipo de eventos.
La primera fue en el 2001. Terminó mal, con gases y corridas, como era todo en aquellos tiempos. Me encontré de repente en Plaza de Mayo, a las dos de la mañana, solo, en ojotas y sin una moneda para volver a mi casa. Al menos puedo alegar que mi escasa experiencia en marchas tuvo un leve tinte heroico. (?)

En fin, con ese ínfimo antecedente, esta vez me preparé un poco mejor y al menos me llevé la billetera con una SubtePass adentro.
Y una cámara de fotos. Detalle no menor, ya que al menos esta vez no iba a tener que andar googleando imágenes ajenas para ilustrar la entrada.


Pobrecita la Justicia, solita y esperando
Si bien arranqué desde la oficina y tuve que pasar casi obligadamente por el Obelisco, mi primer destino no fue la Plaza de la República sino Plaza Libertad, donde tuve el enorme placer de conocer a Mr. Bugman y Relato del Presente, dos bloggers de esos que uno se enorgullece en seguir y entrar diariamente a ver si hay algo nuevo en sus páginas.
Si bien no hubo oportunidad de conversar largo y tendido, ya que al poco rato los perdí de vista entre la multitud, puedo arriesgarme decir que de nuestros breves intercambios quedó algo así como un vínculo intelectual que, desde mi lado al menos, parece tener bastante futuro. Siempre digo que no soy soldado de nadie, pero con esos tipos soy capaz de ir a la guerra.

Marchando frente al Colón
Cuando pasó por allí una columna bastante grande de gente que venía del lado de Avenida Santa Fe, arrancamos ahí sí por 9 de Julio hacia el lugar de la convocatoria, el Obelisco. Por supuesto, estábamos cerca, así que llegamos en unos minutos.

Más allá del mote de "caceroludos" acuñado por el oficialismo (ingenioso, hay que reconocer), lo cierto es que había muy pocas cacerolas. Se vieron varios bombos y redoblantes como elementos percusivos, y predominaban distintos tipos de cornetas que a decir verdad, molestaban bastante. Pero por supuesto, no se trataba de una Marcha del Silencio (por más que motivos no habrían faltado), la onda era meter ruido aunque más no sea haciendo palmas, así que lo mejor era disfrutar del barullo de la gente.

Hablemos brevemente de la gente. Como era previsible, viniendo junto con la columna del lado de Santa Fe, los que marchaban a mi lado eran predominantemente de clase media alta como mínimo. Pero al llegar a Plaza de la República, el público ya era mucho más heterogéneo. Y la columna que llegaba por Corrientes era decididamente de clase media.
Espero que les alcance con este pequeño resumen, porque a decir verdad, el clasismo me repugna y me resulta totalmente irrelevante si el que marchaba al lado mío tenía más o menos plata que yo. Todos, sin excepción, eran gente. Punto y aparte.

Además, cualquier enfoque clasista queda absolutamente descolocado cuando la gente que supuestamente más tiene, la que según algunos era la que estaba ahí manifestándose, llevaba en muchos casos carteles pidiendo que se termine de una buena vez el saqueo de recursos destinados a los sectores más desprotegidos.

Consigna golpista si las hay (?)
Bien, como decía, llegué enseguida a la Plaza. Y aquí sí quiero explayarme sobre un punto, que fue lo que más me llamó la atención de todo el evento.
Si bien ya se sabía de antemano que las consignas iban a ser "no a esto", "basta de lo otro" y todo en esa tesitura, lo llamativo era que el ambiente en general no era de bronca o de beligerancia. De hecho, la sensación que se respiraba era de fiesta, por insólito que suene.
No sé bien a qué atribuir esa sensación, que por supuesto es subjetiva pero no creo estar muy lejos de la realidad que se vivía en esos momentos. Lo cierto es que la gente marchaba, más allá del hastío implícito en las pancartas que llevaban, con una sonrisa en el rostro.
Quizás sea porque muchos marchaban junto a sus familiares, amigos, compañeros de trabajo o de la vida. Tal vez sea porque se sabía que éramos muchos, muchísimos. A lo mejor era porque estaba claro que se compartía, más allá de la demanda puntual de cada uno, una idea de país más o menos similar.
O, posiblemente, lo que pasó fue que empezó a levantar vuelo una pequeña esperanza de que algunas cosas cambien. De que volvamos a ser, si es que alguna vez lo fuimos, todos del mismo palo pintado de celeste y blanco, y nada más.

La marcha de los globos
No me quedé mucho rato, el día había sido largo e intenso. A eso de las 20:30 emprendí el regreso al hogar.
Cuando llegué, miré un rato la caja boba. Pero muy poco, y con la única intención de observar algunas imágenes de otros lugares donde también había habido concentraciones, y de ir escuchando algunos números respecto a las convocatorias. No me sorprendió la información de que sumando la cantidad de gente movilizada a nivel país, se estaba superando el millón de personas.
Lo que no quise fue oír opiniones, ni de un lado ni del otro del mostrador. No me interesaba escuchar las sarasas habituales de Pato Bullrich, Vicky Donda o Luis D'Elía.

Gente. Sólo gente. Y mucha.
Lo importante de ese día, para mí, fue esa sensación que mencioné arriba, de fiesta, de alegría, de esperanza, de respeto, de paz y de unidad. Y por añadidura, de haber participado fugazmente de un hecho que probablemente haya sido histórico.
Ojalá.
Johann Tenorio

viernes, 14 de septiembre de 2012

La minoría ruidosa

Anoche hubo una manifestación. O al menos, eso se vio en algunos canales. En otros, prefirieron pasar documentales sobre aves o hablar sobre el viaje de Susana Giménez a Miami para ver la pelea de Maravilla Martínez.

Al principio, mientras se iba armando, parecía que iba a ser otro cacerolazo más. Uno de esos al que los comentadores oficialistas, a sueldo o no (es de necio pensar que no hay gente que cree sinceramente en las consignas lanzadas desde el Gobierno), gustan de llamar con variaciones del arquetípico “piquetes de la abundancia”, mofándose porque son pocos, salen todos de Barrio Norte o Belgrano, y hacen sonar sus Essen relucientes al son de consignas contra el cepo al dólar.
Parecía, nomás. Porque de a poquito, se empezó a ver que la cosa pintaba un poco distinta a otras veces.

La convocatoria, más allá de que algunas mentes brillantes del kirchnerismo prefieren opinar que fue lanzada desde algún oscuro templo francmasón poblado de símbolos nazis, tapas de Clarín y retratos de Mauricio Macri, surgió en las redes sociales. Primero en Twitter, luego saltó al Facebook, más tarde se transformó en cadenas de mails, y desde hace un par de días, pasó a transmitirse de boca en boca. En los principales medios de comunicación, le dieron bastante poca importancia al tema. Los partidos políticos hicieron caso omiso. Los sindicatos, creo que directamente ni se enteraron.
Y quien esto escribe, mea culpa, pensó para sí que era todo muy lindo, pero que iban a ir los mismos cuatro gatos locos de siempre.

La cita era a las 19 hs. en diversos puntos de Capital, el Conurbano bonaerense, y algunas capitales y ciudades importantes de la provincia de Buenos Aires y del resto del interior del país. Y sorprendentemente, fue bastante puntual.

De repente se empezaron a ver imágenes. En mi cuenta de Twitter pude ver algunas fotos. Cuando abrí los correspondientes enlaces, lo que se mostraba en ellas era sorprendente, al menos para mí.
Marchando hacia Plaza de Mayo.
Sí, el punto de concentración más nutrido era en Santa Fe y Callao, entre las elegantes torres y los selectos comercios del lugar. Pero no eran los mismos cuatro gatos locos de siempre, no. Eran miles. Y luego comenzaron a aparecer fotos tomadas en otros puntos. Cabildo y Juramento, pleno Belgrano, por supuesto. Acoyte y Rivadavia, Caballito. Ya la gente que se veía no era de clase alta y apellidos patricios, sino que empezaban a aparecer algunos grupos de clase media, tirando a alta, pero media.
Y de repente, imágenes de Villa Lugano. De Liniers. De Mataderos. De Ciudadela. Los apellidos patricios no aparecían más, reemplazados por otros más mundanos.
Y de repente, apareció la televisión, que no pudo seguir ignorando semejante concentración de personas y que hacían tanto ruido. Y empezó a traer más imágenes, ahora con movimiento. La gente caminaba, no se quedaba quieta. Marchaba. Tenía un punto fijado de antemano: la Plaza de Mayo, ese lugar donde hace 200 años el pueblo quería saber de qué se trataba, y hace 4 años fue invadida por las democráticas columnas de Luis D’Elía, que venían garrote en mano a imponer su consigna de “la Plaza es nuestra”. Esta vez, el valiente líder de la Federación de Tierra y Vivienda, prefirió quedarse a resistir a las huestes golpistas que marchaban hacia Plaza de Mayo, desde la comodidad de su cuenta de Twitter.
En Bariloche también recuerdan a las víctimas de Once.
Y de repente, empezaron a aparecer a través de la tele, más imágenes. Desde Rosario, donde el Monumento a la Bandera era una multitud nada amigable hacia las ideas re-reeleccionistas del oficialismo. Desde el Centro Cívico de Bariloche. Desde la Plaza 9 de Julio en Salta Capital. Desde Tandil, Chascomús, Mar del Plata, Bariloche, Córdoba. Desde la ciudad de San Juan, donde también se encontraba la Presidente De Todos Los Argentinos inaugurando una planta textil de la proletaria marca Lacoste de indumentaria.

Y las imágenes que seguían apareciendo a través de los medios y de las redes sociales, no dejaban lugar a demasiado margen para la interpretación, más allá de los intentos desesperados de Artemio López en C5N por ningunear la manifestación sin caer en el ridículo, cosa que por supuesto estuvo muy lejos de lograr.
Esta vez, la manifestación no eran los mismos cuatro gatos locos de siempre. Esta vez, la manifestación era masiva. Eran columnas de varias cuadras de gente marchando hacia la antigua Plaza Mayor de Santa María de los Buenos Aires. Eran cuadras de gente manifestándose frente a la Quinta Presidencial de Olivos. Eran balcones con gente golpeando cacerolas en toda la ciudad, en todas las ciudades, en todo el país. En algunos barrios más, en otros barrios menos, pero en todos los barrios se escuchó. Hasta en el mío, barrio tradicionalmente poco afecto al batifondo de las baterías de cocina.

Se cantó, se marchó, se hizo catarsis. Hubo de todo. Desde Natacha Jaitt bailando en ropa interior en el medio de la Plaza de Mayo, hasta la improbable presencia de Cecilia Pando entre los manifestantes. Se dice que había una recompensa consistente en varias hectáreas en la zona del Calafate para quien presentara fotografías o videos de la Pando en Plaza de Mayo, pero nadie logró alzarse con el premio.
También hubo algunas pancartas con svásticas. No se sabe de dónde salieron, quiénes las portaban, quién las convocó o qué fines perseguían. Pero allí estaban y nadie hizo nada por echarlas. Tampoco era demasiado relevante: la entidad que puede otorgársele a esas tres pancartas en una manifestación a la cual las estimaciones más pesimistas calculan en seis dígitos, es más o menos similar a la que tendría una velita de cumpleaños en medio de la explosión de la refinería de Amuay.

Fue una noche para recordar, de una vereda y de la otra del espectro político. Aunque quizás algunos prefieran olvidarla, difícilmente lo logren. El 13-S llegó para quedarse en la memoria colectiva del país por un buen tiempo. Quizás no llegue a entrar en los libros de historia, pero por lo menos hasta las elecciones del 2013, va a ser una referencia obligatoria para cualquier análisis político.
Mucha, mucha gente. Y ninguna cacerola a la vista.
Y dejó algunas conclusiones, obviamente. A mi entender, las principales son:

  • más allá de quién haya iniciado la convocatoria, o de qué fines perseguía, el medio de difusión más importante que tuvo fueron las redes sociales, por escándalo. Habrá que recalcular un poco el poder que pueden tener para estos casos.
  • si bien es posible que haya habido alguna "mano negra" al principio de la cadena, lo cierto es que la bola de nieve creció entre gente común, sin intereses partidarios. En la manifestación no se vio ninguna pancarta, bandera o cartel de ningún partido político.
  • hubo bastante burla desde Twitter de los usuarios kirchneristas, que obviamente la estaban mirando por TV. El mismo Aníbal Ibarra tuiteó que "la mayoría silenciosa se transformó en la minoría ruidosa". Pero esta vez no se los notaba tan confiados como otras veces. Más allá de que la Presi, desde San Juan, decía que "a ella no la iban a poner nerviosa", quedó claro que esta vez hubo varios que tuvieron que clavarse un ansiolítico para poder pegar un ojo.
  • quedó claro que lo que desde el bando oficialista llaman despectivamente "la Opo", hoy por hoy, no es ni Macri, ni Alfonsín, ni Binner, ni De Narváez, ni Moyano, ni Duhalde, ni Clarín, ni la Mesa de Enlace, ni la Iglesia Católica ni nadie. Anoche se comprobó que "la Opo" es ni más ni menos que la gente.
Y yo me la perdí porque pensaba que iban a ir los mismos cuatro gatos locos de siempre. Qué pelotudo.
Johann Tenorio

viernes, 23 de marzo de 2012

Otra crónica en la pared, parte II

En la primera parte de esta crónica, me tomé mi tiempo para describir la puesta en escena de dos de los temas del espectáculo de Roger Waters "The Wall", en River Plate. Como la crónica ya se avizora lo suficientemente larga para tener que dividirla en tres partes, no voy a explayarme sobre todas y cada una de las canciones con lujo de detalles, pero sí quiero detenerme lo más brevemente posible en algunas más.

Veamos. "One of my turns", el tema durante el cual en la película podemos ver a "Pink" destrozando su habitación de hotel mientras la groupie trata de que no le revienten la cabeza de un guitarrazo. Tema explosivo si los hay. En el show, Waters canta la primera parte solo, frente a la pared, todo muy tranquilo... y así continúa luego del momento culminante de la canción. Nada. Apenas un poco más de luces. A ver Rogelio, no digo que tengan que salir los músicos a destrozar sus instrumentos en vivo, pero ya que tenés la pared, semejante sistema de sonido, un sistema de proyección que envidiaría George Lucas... ¡¡¡hagan algo con todo eso, por el amor de Syd Barrett!!! ¡Pasen una proyección de televisores volando por el aire, al menos! ¡Algo! ¿No se te cayó una mísera idea?

Otro tema, "Don't Leave Me Now", la canción en la que "Pink" es perseguido por el recuerdo de su esposa en forma de una especie de monstruo que va mutando de formas. La animación de Gerald Scarfe metía miedo, realmente. La reemplazaron con una marioneta similar a la del profesor, bastante monstruosa, sí, pero también perfectamente inmóvil mientras colgaba de sus cables. Daba risa, la verdad.


Sigo con "Goodbye Blue Sky". Posiblemente la mejor animación de toda la película. En esta oportunidad, optaron por reemplazarla por otra animación, bastante más simplona, de avioncitos que en lugar de lanzar bombas, lanzaban símbolos: el símbolo del dólar y otras monedas, la estrella de David, el signo de la paz, algún logo corporativo, la hoz y el martillo, la cruz cristiana, la media luna musulmana... llamativamente, no alcancé a observar, entre los símbolos desplegados, ninguna esvástica. Repito, llamativo.

Un tema más, "Mother". Waters, antes de comenzar el tema, dedica el concierto a "las Madres de Plaza de Mayo y Ernesto Sábato, por su lucha por los derechos humanos". Luego anuncia que van a pasar imágenes del propio Waters cantando el tema en el Earl's Court, en 1980. Hasta ahí, todo muy lindo. En los estribillos, aparece un muñeco con la forma de la madre de "Pink". Waters luego canta "mother, should I trust the government?", y en la pared aparece la leyenda "ni en pedo". Curioso de parte de un cantante que venía de reunirse con la Presidente de la Nación y el Jefe de Gobierno de la Ciudad.

Para ser justos, no todo fueron pálidas. Como ya dije, el show está basado en el disco más que en la película, así que tuvimos la oportunidad de disfrutar de dos canciones que no forman parte de la película: un temazo como "Hey, You" y otro quizás menos inspirado como "The Show Must Go On", pero que incluyó una buena performance vocal del grupo de apoyo. Y a mi entender, una muy buena decisión fue la de reemplazar "Empty Spaces", del disco, por su contraparte de la película "What Shall We Do Now", incluyendo la fantástica animación de Scarfe de la danza sexual de las flores y el muro que avanza como un tren que destruye todo a su paso.

También pudimos escuchar, seguramente por primera vez para la gran mayoría, el interludio instrumental "The Last Few Bricks", jamás editado hasta donde yo sé. Este interludio, compuesto por frases musicales extraídas de varios temas, era interpretado en los shows de Pink Floyd entre "Another Brick in the Wall, part III" y "Goodbye Cruel World", y la finalidad de este interludio era dar tiempo al personal para que terminaran de colocar los "últimos ladrillos" del muro que terminaba separando a la banda del público. Se dice que en algunos shows llegó a durar casi 15 minutos de improvisación. Cómo lamento no haber estado ahí.

Bueno, sigamos. Pasaron los temas, siguió transcurriendo el show, tuve el enorme placer de hacer palmas en "Run Like Hell" (32 años esperando este momento), ya hacía un rato que andaba el cerdo inflable volando por ahí (esta vez bien sujeto por sus cables, no vaya a ser cosa que se les escape como durante la promoción de "Animals"), y se acercaba el final. Cuyo punto culminante iba a ser, por supuesto, "The Trial".


Antes de dedicarme al tema de cierre, quisiera detenerme un momentito en comentar acerca de "la pared". Ya todos habrán leído por algún lado que ese conglomerado de bloques se utilizaba como pantalla, donde casi permanentemente se proyectaban imágenes. Lo que era realmente increíble era la definición de esas imágenes. Creo que ni siquiera en la mejor sala de cine se puede apreciar semejante calidad de proyección. En ese sentido, el show de Waters supera toda expectativa: los visuales fueron algo nunca visto, y si bien no siempre las imágenes fueron lo que uno esperaba, en balance bien puede decirse que todo el paquete audiovisual de "The Wall" es algo difícil de igualar.

Pues bien, en esa tremenda pantalla se proyectó, casi sin modificaciones, el segmento de la película que acompañaba visualmente a "The Trial", el tema con el cual concluye la historia de "Pink" antes de la conclusión final.
Sí, muy lindo, Waters y su banda interpretando el tema, todos de "este lado" de la pared, todo sonó perfecto. Terminó el tema, el escenario quedó vacío, las luces iluminaron la pared, y de repente ésta se derrumbó al impulso de un sistema de cables. Y listo, terminó el show.
¿Por qué así, Rogelio? ¿Por qué?
No te pedimos 200 kilos de explosivos plásticos o una ojiva nuclear, pero vamos, hombre, es el final del show, ¿no había una manera un poquito más impactante de cerrarlo? A ver, qué sé yo, un poco más de humo, unos fuegos artificiales, algo que dé la impresión de que el show se terminaba ahí.
No sé qué decir. Fue un espectáculo notable, acorde a la magnitud de la obra, pero el final, para mi gustó, no llegó siquiera a parecerse a un final de espectáculo.
Después salió toda la banda y tocaron "Outside the Wall" casi unplugged, saludaron, buenas noches, muchas gracias, y a buscar bondi para volver a casa.

Cierro aquí esta segunda parte de la crónica, en la tercera les dejaré mis conclusiones y el balance.
Los veo allí.
Johann Tenorio

jueves, 22 de marzo de 2012

Otra crónica en la pared, parte I

Ahora que ya pasó la serie de conciertos de Roger Waters en Buenos Aires, voy a volver a despuntar un viejo vicio: la crónica de conciertos. En esta oportunidad mi "víctima" no será un coro, sino el propio Rogelio Aguas, como muchos han bautizado al ex- líder de Pink Floyd habida cuenta de su larga estadía en estas pampas.
Para ser más preciso, seguramente en esta oportunidad no me conformaré con la simple crónica de lo que ví y escuché en el concierto, sino que también abarcaré algunos comentarios que fui recogiendo por aquí y allá, a favor y en contra, y mi postura acerca de estos comentarios.
Tratándose de un espectáculo de semejante magnitud, y considerando que "The Wall" fue un disco (y una película) de enorme impacto en mi adolescencia y en mis inclinaciones musicales de allí en adelante, no es poco lo que tengo para decir acerca del show. La crónica, en efecto, pinta para muy larga, y es por eso que la voy a publicar en tres partes. Sin más preámbulos, comencemos con la crónica, una más en la pared, parte I.

Me tocó asistir al concierto del lunes 12, bajo una molesta lluvia. Luego de esperar dos horas interminables, comenzó a anunciarse por los parlantes el anuncio del show y el pedido, obviamente ignorado en forma olímpica, de no tomar fotos con flash. Me maldije por no haber llevado mi cámara, al ver que todo el mundo andaba con unos aparatos capaces de fotografiar una cucaracha en la Luna.

Y empezó el show nomás. Y de qué manera.
Varios espectadores me habían comentado en la previa "es lo mismo que la película, pero en vivo". Craso error, ya que la película comienza con un fragmento del tema "When the Tigers broke free", dedicado a la muerte del padre de Waters en la batalla de Anzio, un factor crucial en el génesis de la idea misma de The Wall, pero que sólo se puede escuchar en la película.
El show, para abreviar, tiene más que ver con el disco que con la película. Y como tal, se inició con el tremendo "In the Flesh?". Se apagaron las luces, sonaba tenuemente una especie de canción de cuna, y de repente, todo estalló por el aire junto con esos dos furibundos Mi menores.
"¿Así que pensaste que te iba a gustar venir al show?" comenzó cantando Waters, en una pregunta que ya en ese momento sonaba ridícula, porque toda la intro del tema fue acompañada del estallido de incontables fuegos artificiales.
Y ya en ese momento quedó claro algo: el gran protagonista de la noche iba a ser sin duda alguna el impresionante sistema de sonido multidireccional (porque la definición "cuadrafónico" no alcanza para describirlo) instalado en el estadio de River Plate. He ido a ver varios conciertos a River, y el obvio inconveniente que posee, como todo estadio grande y descubierto, es que suele escucharse todo muy mal, especialmente si hay viento. Pero para esta serie de shows, se instalaron varias columnas de sonido de altísima fidelidad en las tribunas superiores, que hicieron que todo el recital se escuchara con la misma calidad que si uno lo estuviera escuchando en un muy buen autoestéreo, puesto a un volumen más que razonable, y con un sonido totalmente envolvente.
Para darse una idea, describo el final de "In the Flesh?": el tema, tanto en el disco como en la película, termina con una grabación de un avión de la Segunda Guerra que termina estrellándose. En el show, la idea se lleva al extremo, y lo que se escuchó fue el sonido de varios aviones que parecían sobrevolar el estadio a un volumen atronador. No fuimos precisamente pocos los que levantamos la mirada pensando que los aviones estaban sobrevolando el estadio de verdad.
Y sí, la frutillita de ese primer postre fue el avioncito que bajó desde el tablero electrónico hasta estrellarse con una violenta llamarada, en el escenario.

El primer tema, evidentemente, pagó el concierto entero. Bah, no sé para los que pagaron el Campo VIP, pero para mí que había pagado platea alta, ya me había cubierto el precio de la entrada con todos los intereses devengados desde el día que la compré (hace más de 6 meses), y más también.
Después de semejante despliegue, el concierto decayó un poco en intensidad. Y, lamentablemente hay que decirlo, en ningún momento volvió a alcanzar semejante nivel de adrenalina.

Epa, ¿qué pasó? ¿Ya empezamos con la mala onda? Y sí, si no no sería Johann Tenorio.
Pero es verdad. Si bien hubo momentos muy fuertes, el pico más alto es al principio del concierto. Me habría gustado conversar un poco con la producción para averiguar el por qué de este detalle, o al menos la impresión que a mí me produjo. Pero bueh, Waters prefirió entrevistarse con la Presidente. Allá él. (?)

Como ya dije antes, el show está más basado en el disco que en la película. Por ende, quedaron afuera ambas partes de "When the Tigers broke free". Y como se respetó el orden del disco, los temas siguientes fueron por supuesto "The Thin Ice", "Another Brick in the Wall (part I)", "The Happiest Days of our Lives" y "Another Brick in the Wall (part II)". En este tema, hizo su aparición la primera de las tres megamarionetas que se pudieron observar en el concierto: el maestro de escuela que gritaba "if you don't eat your meat, you can't have any pudding". Vamos a decirlo de una vez y ya: la marioneta era un adefesio inflable con no mucha más movilidad que un árbol, lo mismo que las otras dos (la esposa y la madre de "Pink"). No sé, supongo que no debe ser fácil idear un sistema de control más versátil que el que utilizaron, pero yo me esperaba otra cosa. Para poner algo así, en mi opinión, habría sido mejor pasar una proyección y listo. Ah, sí, también había unos nenes que hacían una coreo bastante elemental al compás del "hey, teacher, leave us kids alone", muy contentos ellos. En lo que a mí respecta, la puesta en escena del tema más representativo de todo el espectáculo fue un fiasco. Qué va' cer.


Continuará, lo prometo.
Johann Tenorio