Hoy al mediodía estaba mirando la edición electrónica del diario de mayor tirada del país, y me llamó la atención el título de un artículo, más precisamente el de tapa de su suplemento económico.
El título en cuestión decía: "Todo lo que se pueda copiar ya no se va a poder vender (El fin de la venta de canciones y películas como modelo de negocio)". Y la nota en realidad era una entrevista al fundador de la revista sobre tecnología "Wired", Kevin Kelly.
Me enganché a leer la entrevista ya que trataba sobre uno de mis temas favoritos, el del copyright, la piratería y esas cosas. Y en la misma, el mencionado escritor decía entre otras cosas que la industria de lo "copiable" debía direccionarse hacia atributos personalizables, como por ejemplo "una copia remasterizada para que suene perfecto en tu living", y delirios por el estilo.
Bah, hoy digo delirios, pero bien sabemos que mañana bien podría estar hablando de realidades, al paso que avanza la tecnología.
La cuestión, para no aburrirlos con mis peroratas acerca del derecho de autor y la legalidad o ilegalidad del intercambio de bienes culturales, es que me puse a pensar en algunas obras de arte sobre las cuales no hay "derechos reservados", pero que a nadie se le podría ocurrir hacer pasar una copia de las mismas como original (excepto algunos criminales de guante blanco). Me refiero, por ejemplo, a La Gioconda, al David de Donatello, a la Capilla Sixtina, a la Maja Desnuda, al Pensador de Rodin, etc. O sea, sí, en cualquier casa de decoración más o menos elegante uno puede comprarse una Venus de Milo a escala para poner en una mesita del living, pero no seríamos tan dementes como para decirles a las visitas que es la verdadera. Ni tratar de convencer a la señorita que queremos seducir de que hicimos un esfuercito y le compramos al Museo Británico la máscara de Tutankamón que puede observarse colgada de la pared del distribuidor. La chica podrá ser muy naïf, pero dudo que se trague ese sapo por mucho amor que nos tenga.
Entonces, la conclusión, si es necesaria alguna, es que las artes plásticas le llevan a la música, la literatura y el cine, una soberbia ventaja: la de ser irreproducible. Podrá ser falsificable, y uno sabrá a lo que se expone si le tratan de vender El Nacimiento de Venus en un portal de ventas por Internet cualquiera. Pero no es reproducible, al menos no con la similitud que tiene al oído un archivo MP3 con respecto al CD que venden en las disquerías. Las reproducciones de pinturas y esculturas son infinitamente más burdas y no buscan ser demasiado fieles a la obra original.
Eso sí, los pintores y escultores se mueren de hambre tratando de vender sus creaciones. Pero una vez que los artistas pasan a mejor vida, las obras salen más caras que un portaaviones.
Nada, era eso, eran sólo las ganas de escribir algo.
Tal vez el próximo post sea mejor,
Johann Tenorio
El título en cuestión decía: "Todo lo que se pueda copiar ya no se va a poder vender (El fin de la venta de canciones y películas como modelo de negocio)". Y la nota en realidad era una entrevista al fundador de la revista sobre tecnología "Wired", Kevin Kelly.
Me enganché a leer la entrevista ya que trataba sobre uno de mis temas favoritos, el del copyright, la piratería y esas cosas. Y en la misma, el mencionado escritor decía entre otras cosas que la industria de lo "copiable" debía direccionarse hacia atributos personalizables, como por ejemplo "una copia remasterizada para que suene perfecto en tu living", y delirios por el estilo.
Bah, hoy digo delirios, pero bien sabemos que mañana bien podría estar hablando de realidades, al paso que avanza la tecnología.
La cuestión, para no aburrirlos con mis peroratas acerca del derecho de autor y la legalidad o ilegalidad del intercambio de bienes culturales, es que me puse a pensar en algunas obras de arte sobre las cuales no hay "derechos reservados", pero que a nadie se le podría ocurrir hacer pasar una copia de las mismas como original (excepto algunos criminales de guante blanco). Me refiero, por ejemplo, a La Gioconda, al David de Donatello, a la Capilla Sixtina, a la Maja Desnuda, al Pensador de Rodin, etc. O sea, sí, en cualquier casa de decoración más o menos elegante uno puede comprarse una Venus de Milo a escala para poner en una mesita del living, pero no seríamos tan dementes como para decirles a las visitas que es la verdadera. Ni tratar de convencer a la señorita que queremos seducir de que hicimos un esfuercito y le compramos al Museo Británico la máscara de Tutankamón que puede observarse colgada de la pared del distribuidor. La chica podrá ser muy naïf, pero dudo que se trague ese sapo por mucho amor que nos tenga.
Entonces, la conclusión, si es necesaria alguna, es que las artes plásticas le llevan a la música, la literatura y el cine, una soberbia ventaja: la de ser irreproducible. Podrá ser falsificable, y uno sabrá a lo que se expone si le tratan de vender El Nacimiento de Venus en un portal de ventas por Internet cualquiera. Pero no es reproducible, al menos no con la similitud que tiene al oído un archivo MP3 con respecto al CD que venden en las disquerías. Las reproducciones de pinturas y esculturas son infinitamente más burdas y no buscan ser demasiado fieles a la obra original.
Eso sí, los pintores y escultores se mueren de hambre tratando de vender sus creaciones. Pero una vez que los artistas pasan a mejor vida, las obras salen más caras que un portaaviones.
Nada, era eso, eran sólo las ganas de escribir algo.
Tal vez el próximo post sea mejor,
Johann Tenorio