lunes, 4 de marzo de 2013

Un volante del orto

Tal vez sea porque es lunes, o quizás porque perdió River, o a lo mejor porque se vienen los primeros fríos (trataré de abstenerme de hacer chistes relativos al regreso de Riquelme) y eso siempre afecta mi estado de ánimo. La cuestión es que empecé la semana medio deprimido. Y tengo la impresión de que el motivo principal de mi decaimiento no es ninguno de los anteriores, sino algo distinto.

El viernes se inauguraron las sesiones ordinarias del Congreso de la Nación, si es que puede haber algo más ordinario que ésto. Allí habló la Presidente durante casi 4 horas, de las cuales parece ser que lo único destacable fue su anuncio de que iba a enviar varios proyectos de ley tendientes a lo que la épica oficial llama la “democratización de la justicia”. Como no ví, oí ni leí el discurso, se me ocurre imaginar un “si considerás que Boudou es inocente en la causa Ciccone, mandá BAILA AMADO al 678”, pero asumo que debe tratarse sólo de un delirio mío.

Parece ser que, oh sorpresa, el anuncio no cayó del todo bien en las huestes antikirchneristas. Casi de inmediato, se comenzó a gestar una nueva marcha opositora, programada esta vez para el 18 de abril, o en la nueva jerga twittera, el #18A.
Debo confesar (bah, tampoco es un delito) que la idea me pareció razonable. Comencé en ese momento a entablar conversaciones con algunos colegas tuiteros, aquellos con lo que siento más afinidad, como para coordinar un posible encuentro en la proyectada manifestación.
Al poco rato, alguien (supuestamente un “organizador” de esta marcha) solicitó que le confeccionaran un volante que fuera en cierta medida “representativo del sentir colectivo de los participantes”, o algo así. Y a algún genio del Paint se le ocurrió esta maravilla:

El volante de la discordia. Nótese la similitud entre la estética de este volante y la de algunos confeccionados por el oficialismo.

Bueno en fin, a algunos (llamémoslos de momento “los cuestionadores”) no les gustó para nada ese cristinesco “el pueblo va por todo” como consigna opositora. Y no tuvieron mejor idea que expresarlo en Twitter.
Para qué.

De inmediato, muchos (llamémoslos por ahora “los ofendidos”) se les fueron al humo. Cómo se les puede ocurrir a los “cuestionadores” cuestionar la legitimidad de la consigna, les dijeron los “ofendidos”. Y los acusaron, los “ofendidos” a los “cuestionadores”, de ser funcionales al oficialismo. Sí, tal cual.
Se armó un poco de trifulca, los “cuestionadores” se defendieron diciendo que tienen todo el derecho a decir “tal consigna no me gusta, y no me pueden obligar a marchar detrás de ella como soldadito”. Los “ofendidos” retrucaron con alguna alusión a una supuesta “tibieza”, hubo bloqueos varios, tomas de postura hacia uno u otro bando, etcétera.
Una pena, en lugar de andar buscando los puntos en común que motivan a cada uno a concurrir o no a una marcha en contra del gobierno, se armó una pequeña guerra virtual en Twitter… por un volante del orto.

Hasta aquí los hechos, tal vez bastante triviales, pero que me dan pie para reflexionar un poco sobre temas un poco más profundos.

La Argentina se nutrió, durante sus doscientos y pico de años de historia (o más, si nos remontamos a la fundación de Buenos Aires y de otras importantes ciudades de nuestro país), de totalitarismos de diversa índole. En cualquier libro que relate más o menos fielmente nuestro pasado, encontraremos una enorme cantidad de episodios en los cuales el desprecio a la opinión ajena era el denominador común de repudios, delaciones, traiciones, descalificaciones y, cómo no, de fusilamientos y envenenamientos “misteriosos”.
Santiago de Liniers, Mariano Moreno, Manuel Dorrego, son apenas unos pocos ejemplos de los centenares de asesinatos cometidos en nombre de una determinada opinión política. Avanzando un poco más en el tiempo, podemos encontrar varios más, que desembocan (sin que eso signifique que allí finalizan) en la guerrilla de los ‘60 y los ‘70, y el “Proceso de Reorganización Nacional”.

Posiblemente en estos días no tengamos tanto derramamiento de sangre por razones políticas (sigue habiendo casos, pasa que no son tantos y no tienen tanta prensa), pero pervive en el gen argentino esa propensión a un razonamiento que, en términos más o menos básicos, es algo así como “si no estás conmigo estás contra mí, y si estás contra mí sos un corrupto/facho/delincuente/oligarca/antiargentino, y en cualquier caso se justifica que ponga una foto tuya en la vía pública y enseñe a los pibes a escupirla, o te cague a puteadas en un medio de transporte, o lisa y llanamente te pegue cuatro tiros por la espalda”.

Nos guste o no, tenemos que asumir que esa manera de pensar, por así decirlo, la tenemos adentro. Bien adentro.

Pasa en todos los ámbitos. Desde el colectivero que te tira el bondi encima porque su apuro justifica que te atropelle o te haga percha el auto, hasta el fanático que te vocifera que por ser simpatizante de algo o alguien, no entendés nada (pero nada de nada) de fútbol, o de tenis, o de música, o de política, o de bailes por televisión.

A mi entender, el kirchnerismo no existe como ideología, sino simplemente como un modo de organizar la argentinidad nuestra de cada día. Suponer que nosotros somos los buenos y ellos son los malos o viceversa, es un razonamiento que veo bastante alejado de la triste realidad: los malos somos todos, la única diferencia es que ellos están mejor organizados, y no se pelean por un volante del orto.
Y además tienen una líder clara, algo que la oposición aún no ha conseguido. Pero al ver tanta intolerancia, se me ocurre que es muy probable que en el caso de que llegase a aparecer un líder visible en la oposición, muchos se aglutinarían tras él con el mismo verticalismo con que los que creen en el Gobierno se alinean tras Cristina Fernández Wilhelm, y tendrían las mismas actitudes despectivas hacia las ideas de quienes no siguen a "su" nuevo líder.

Nos encanta el totalitarismo, desde el nacimiento mismo de nuestra Patria. Dudo que haya habido más de un par de gobernantes en nuestro país que no haya sucumbido en su momento al discreto encanto de sentirse el "salvador", el "restaurador", el "abanderado" o el "héroe" de vaya uno a saber qué. Y nunca faltaron (de hecho, sobraron) los correveidiles dispuestos a arrastrarse por cualquier inmundicia con tal de satisfacer los caprichos de su líder. Y el pueblo, en muchas ocasiones, acompañó ese servilismo con una sumisión que jamás le supo otorgar a sus propias leyes.

Por supuesto, es posible que esté equivocado. Quizás haya dentro de nuestra identidad (que obviamente también ha recibido influencias de muchas otras identidades a lo largo de la historia) también un poquito de respeto al que opina diferente. A lo mejor todavía queda en nuestro bendito país gente que no sienta la necesidad de “ir por todo”, sino apenas de lo que le corresponde en base a su esfuerzo.
Pero por el momento, me da la impresión de que si existen, son muy pocos todavía como para gestar un cambio cultural que modifique el curso de nuestro devenir.

Repito, es posible que esté equivocado. Ojalá que así sea.
Johann Tenorio